Por: Camila Villard Duran
SÃO PAULO – Brasil y Argentina anunciaron que tienen planes para dar inicio a estudios técnicos dirigidos a sentar las bases para una mayor integración financiera regional, con el objetivo final de crear una moneda común, llamada el “Sur”. Si bien este objetivo puede parecer lejano, está lejos de ser imposible.
Por ahora, el Sur es más una declaración simbólica que un proyecto concreto. Es una convocatoria política a independizarse del dólar estadounidense (cuya hegemonía en el sistema de comercio mundial otorga a Estados Unidos lo que Valéry Giscard d’Estaing, el entonces ministro de Finanzas de Francia, denominó como un “privilegio exorbitante”) y de las plataformas de pagos internacionales lideradas por Estados Unidos, tales como el sistema de mensajería financiera SWIFT.
En última instancia, sin embargo, se trata de un objetivo práctico que es compartido por el recientemente elegido presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y su homólogo argentino, Alberto Fernández. La dependencia de una tercera moneda (el dólar) para liquidar pagos comerciales y transacciones financieras disminuye la eficacia y aumenta los costos. En un mundo cada vez más fragmentado y marcado por la competencia entre las grandes potencias, los países también quedan en situación de vulnerabilidad frente a cambios políticos impulsados por aspectos geopolíticos. El Sur se concibe como una especie de “estrategia de salida”, es decir como un medio para escapar del actual (des)orden monetario mundial.
Las noticias internacionales han tendido a centrarse en la posibilidad de que en el futuro se cuente con una moneda al estilo euro que llegue a sustituir a las monedas nacionales de América Latina y que esté regida por una política monetaria común. Sin embargo, tal como explicó el año pasado el actual ministro de Finanzas de Brasil, Fernando Haddad, el Sur funcionaría como una unidad de cuenta compartida, que tendría una cámara de compensación regional con el propósito de liquidar obligaciones recíprocas entre los países miembros. Tanto en Argentina como en Brasil las declaraciones oficiales sobre el Sur hacen eco de dicha conceptualización, señalando que no se pretende sustituir al peso o al real, respectivamente.
El establecimiento de una unidad de cuenta regional que actúe como una alternativa creíble al dólar estadounidense requerirá una combinación de un liderazgo político sólido y un aprovechamiento eficaz de las innovaciones tecnológicas. Con el pasar del tiempo, una unidad de cuenta compartida evolucionaría hasta convertirse en un nuevo tipo de dinero, que podría tomar la forma de un Sur tokenizado para transacciones privadas.
La historia económica lo confirma. Después de que en el año el 1971 Estados Unidos abandonara el patrón oro (consiguientemente “haciendo flotar” el dólar en los hechos), se dio inicio a un período de innovación financiera, con la creación de diferentes unidades de cuenta, ello con el fin de apoyar la estabilidad monetaria dentro de las regiones. El ejemplo más notable fue la Unidad Monetaria Europea (ECU, por sus siglas en inglés), que fue precursora del euro y entró en funcionamiento en el año 1979.
La Unidad Monetaria Europea ECU consistía en una cesta de monedas europeas, y su valor se utilizaba para determinar los tipos de cambio y las reservas entre los miembros del Sistema Monetario Europeo. La unidad ECU contó con el apoyo del Fondo Europeo de Cooperación Monetaria (FECOM), el cual fue creado en el año 1973 con el propósito de fomentar la estabilidad y la cooperación dentro de la Comunidad Económica Europea (CEE), mediante, entre otras acciones, la administración del sistema de tipos de cambio de la Comunidad Económica Europea, y las facilidades recíprocas de crédito.
El FECOM contó, a su vez, con el apoyo financiero mutuo entre sus participantes. Además, el Banco de Pagos Internacionales actuó como agente financiero del Fondo, concertando swaps temporales de divisas para los bancos centrales de la CEE. Esto implicaba la transferencia de las unidades ECU oficiales a cambio de las contribuciones de un país en reservas de divisas.
Lo antedicho destaca una lección de crítica importancia para los líderes latinoamericanos en su intento de desarrollar el Sur: esta lección destaca que es esencial contar con instituciones monetarias regionales y nacionales que gocen de credibilidad. Con ese fin, los países deben trabajar para generar confianza mutua, y ese trabajo debe comenzar ahora.
De manera paralela, los países latinoamericanos deben trabajar a favor de fortalecer las instituciones ya existentes, por ejemplo, el Sistema de Pago en Moneda Local (SML), que es un sistema que se estableció en el año 2008 e incluye a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Si bien esta infraestructura de pago no se cimienta en una unidad de cuenta alternativa, puede ayudar a establecer el escenario institucional para la creación de la mencionada unidad, al mismo tiempo que fortalecería las economías de sus miembros; sin embargo, esto ocurriría sólo si se amplía y mejora la antes mencionada infraestructura.
La historia económica también sugiere que son los mercados, y no así los Estados, los que dirigen el desarrollo de nuevas formas de dinero a través de la innovación. En el caso de la ECU, la unidad de cuenta oficial se convirtió en los hechos en una moneda: la llamada ECU privada. Pero no existían monedas o billetes emitidos por el Estado. En cambio, las ECU privadas funcionaban legalmente como pasivos bancarios, cuyo valor estaba vinculado al tipo de cambio de la cesta de las ECU. La ECU privada también dio lugar a otros mecanismos financieros denominados en unidades ECU.
Como alegaron Michael Bordo y Anna Schwartz, las formas de dinero imaginarias o embrionarias, como por ejemplo la unidad ECU, son respuestas del mercado a un problema económico “provocado por una tecnología limitada y un poder político fragmentado y débil”. En la actualidad, sin embargo, las limitaciones tecnológicas son significativamente menos restrictivas. Innovaciones como la tecnología de contabilidad distribuida (TCD) están revolucionando los sistemas monetarios y de pagos a medida que intentan reducir el riesgo e impulsar la eficiencia.
La propuesta latinoamericana debería construir un puente entre el Sur y las nuevas ideas con respecto a la interoperabilidad de las monedas digitales de los bancos centrales (MDBC) con la tecnología de contabilidad distribuida (TCD) para las transacciones transfronterizas. La cooperación entre bancos centrales y los intercambios tecnológicos serán de crucial importancia para reducir costos e ineficiencias, lo que consiguientemente permitirá la creación de una arquitectura financiera regional.
El banco central de Brasil ya está sentando las bases para alcanzar el éxito. Más allá de crear Pix, una plataforma para pagos locales reconocida mundialmente, presentó una “agenda de innovación”, que incluye finanzas abiertas y una moneda digital del banco central (MDBC). En particular, el proyecto de MDBC mayorista es necesario para reforzar la infraestructura del mercado financiero y conectarla a otros marcos, incluyéndose a las plataformas TCD, tanto a nivel regional como mundial.
En el caso de América Latina, la principal innovación sería la creación de un “Sur privado”, sustentado por compromisos estatales e instituciones monetarias regionales que sean creíbles, lo que podría evolucionar con dirección a la creación de activos tokenizados que los actores del mercado podrían negociar en plataformas digitales. Para lograr esto, Argentina y Brasil deben seguir liderando el camino. De manera especial, Lula, con su estatus, empuje y carisma, puede abogar a favor de un diálogo regional más eficaz que se centre en el diseño de propuestas viables para la cooperación monetaria, el impulso del comercio, y la promoción del avance de la integración financiera.
Camila Villard Durán es profesora asociada de derecho en ESSCA School of Management.
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