Lucem et Sensu
Por: Julio Raudales
¡La soberanía hondureña está lastrada! Ese es el terrible agravio que azota a una ciudadanía sufrida y mendicante, que rara vez ha sacado la enjundia necesaria para oponerse a seguir llevando el pesado fardo de sus humillaciones.
La soberanía se debilita y languidece, cuando el estamento político, ignorante, inconsciente y malévolo, se acostumbró a burlar la voluntad ciudadana y con ello impone leyes, decretos y mandatos con los que únicamente esquilma el bienestar que deberían resguardar.
También declina la soberanía, cuando un pequeño grupo de empresarios, acostumbrados de forma consuetudinaria, a vivir de la política y no del esfuerzo y las mejoras en la productividad, saca ganancias de esa inversión que larva en la campaña y con ello afecta las posibilidades de competencia abierta, violan las leyes del mercado y menoscaban el bienestar de la ciudadanía.
Porque, lamentablemente, el país carece de instituciones lo bastante inclusivas y fuertes como para que se generen los incentivos adecuados a cada uno, de modo que todos sepamos cual es nuestro lugar en el tinglado social. La gente con algún talento especial, lo desperdicia por falta de espacios que le faciliten desarrollarlo. Solo aquellos faltos de alguna vocación, acostumbrados a vivir, no de lo propio, sino de lo que pueden esquilmar al prójimo aprovechan y se meten a algún partido a “desarrollar sus habilidades de sátrapas y maleantes”.
Es así como el diseño social de Honduras se ha concebido, lentamente, sin pausa, pero sin prisa, a lo largo de dos siglos, para generar incentivos perversos que conduzcan a quienes quieren hacer algo, a marcharse del país y a los que quedamos, a aceptar indignamente el cruento destino de la pobreza y a los otros, a los que pueden fácilmente engañar a los incautos, a meterse a políticos para vivir de la marrulla.
El espectáculo orquestado por las fuerzas armadas el pasado domingo, montado, a todas luces, para humillar a la consejera presidenta del Consejo Nacional Electoral, no tiene parangón. Fue, y en eso están de acuerdo la mayoría de los observadores, una planificada puesta en escena por alguien con graves problemas sociopáticos. El objetivo está más que claro: Hay que incendiar Roma para echar a los cristianos al circo.
No vale la pena repasar los hechos, pero lo sorpresivo del acontecimiento no deja de anonadar a quienes observamos a la distancia lo sucedido. Nunca en la historia reciente del país, un ejercicio electoral había sido tan atropellado y socavado adrede. En todo caso, sirvió para graficar, de forma eficaz, lo bajo que ha caído el tinglado público en el país.
Pero lo más terrible es la falta de anticipación de quienes lo veíamos venir sin mirarlo. Debimos haber supuesto, desde que el sobrino-secretario de la defensa renunció a su cargo para heredarlo a la candidata oficialista, desde que el comandante del Estado Mayor no desperdicia ocasión para mostrar de forma expresa su obsecuencia con el régimen y no a la ley, que algo así podía suceder con el remedo de ejercicio democrático calendarizado.
¿Y los militares? ¿Acaso no son igualmente responsables de lo sucedido? No se puede ser tan ingenuo como para pensar que la dirigencia castrense no tuvo nada que ver en esto. Hace tiempo que el Estado Mayor dejó de ser obediente a la ley como se lo ordena la constitución. Ahora están más deliberantes que nunca y la falta de profesionalismo de algunos de sus miembros es evidente.
Pero hay que recordar que esa puerta la abrió el gobierno nacionalista de Juan Orlando Hernández. ¿Dónde estaban en 2017 quienes ahora reclaman por el atropello del domingo? En aquel entonces callaban ante el dislate de la reelección. Ahora, cuando son ellos los afectados, pretenden erigirse como defensores de la “institucionalidad democrática”. ¡Al fin y al cabo, muchos de los dirigentes de aquella milicia golpista, fueron después funcionarios del gobierno írrito Hernandez y el partido nacional y ahora candidatos! ¡Políticos al fin! ¿No podrían ganarse la vida de otra manera?
En todo caso, nada justifica lo sucedido el domingo en las ciudades mayores. Es, como se dijo antes, la obra de una mente tan estúpida como malvada, aunque sus seguidores pretendan hacernos creer que “tiene inteligencia política” Cualquiera que diese esa orden, solo demostró su palurda mediocridad.
Al final, las cosas discurrieron como debía ser: Ya tenemos candidatos y los números son los esperados. Es decir, lo que sucedió no cambió lo que era previsible, aún en el Partido Liberal. Lo único que nos ha quedado claro, es que cualquier cosa puede suceder y que nada va a revertir la debilidad en que cayó nuestra soberanía.
Hay que estar alertas y dormir con un ojo abierto. Igual que en 1963, 1985 y 2009 -curiosamente todos años impares- en que los aprendices de tiranos y autoproclamados caciques de los partidos en el poder intentaron, siempre mediante la artimaña y el juego sucio, atornillarse en la administración del erario, para poder justificar así su incapacidad personal para hacer algo útil de su vida y, como siempre, es la pobre gente la que paga el precio de los excesos y la estupidez de los políticos de turno.
-
Economista, expresidente del Colegio de Economistas de Honduras y vicerrector de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Ver todas las entradas