Por: Rodil Rivera Rodil
He aquí tres preguntas acerca de la relación de China con los países subdesarrollados: ¿En qué consiste, básicamente, el modelo económico chino? ¿Es susceptible de replicarse? Y, por último, ¿está dispuesta China a ayudar a que se implante un sistema similar en otros países?
1.- A la primera interrogante, la destacada economista nacida en China, Keyu Jin, de la universidad de Harvard, profesora residente de la Universal School of Economist, de Londres, y autora de la notable obra “El nuevo libro de jugadas de China. Más allá del socialismo y del capitalismo”, en una muy apretada síntesis, define el modelo chino como “la combinación de orientación estatal a nivel macroeconómico y mecanismos de mercado a nivel microeconómico”.
Y en una un poco más amplia y prosaica descripción, tal vez se puede explicar como una bien coordinada estructura de distribución de los medios de producción del país en tres grandes sectores, de más o menos similar proporción: la gran industria de carácter estratégico, de propiedad estatal (incluyendo la intermediación financiera); la industria ligera de propiedad privada, nacional y extranjera, y un tercero de propiedad mixta sobre el resto de la economía.
El sistema funciona, con mucha fluidez y eficiencia, bajo una estricta, pero a la vez muy flexible dirección del gobierno y del partido comunista chino. Algunos analistas de occidente han pretendido que se trata de un mero retorno al capitalismo, pasando por alto, entre muchas otras, dos diferencias fundamentales. Una, la inexistencia de las crisis económicas que cíclicamente aquejan a la economía occidental, y ello a pesar de los más de cuarenta años transcurridos desde la implementación del “socialismo con características chinas” en 1978 y de que los “expertos” las han anunciado en repetidas ocasiones.
Y dos, que el sistema chino permite, por primera vez en la historia, la generación de riqueza y, simultáneamente, la paulatina reducción de la pobreza hasta su completa eliminación, en tanto que en el capitalismo acontece justamente lo contrario -como lo probó de manera indubitable el famoso economista francés Tomas Piketty en una exhaustiva investigación que abarcó 300 años de historia- ya que su propia dinámica lo lleva a producir constantemente una imparable desigualdad, que en los Estados Unidos, para el caso, ya alcanza cerca del 15% de su población, o sea, a casi 50 millones de personas que viven en la pobreza y en la extrema pobreza.
Es menester agregar que, entre las razones importantes que han hecho posible el extraordinario éxito de China se hallan, en lo político, su sistema centralizado y monopartidista que facilita la planificación para el largo plazo y la rapidez y efectividad en la toma de decisiones a todos los niveles. Y en lo económico, una conveniente planificación y vigilancia de la marcha de la economía, que posibilita los ajustes que periódicamente hay que efectuar en sus distintos componentes, en ciertas ocasiones dando más espacio a la iniciativa privada, y en otras, restringiéndolo.
La bolsa de valores, por ejemplo, en donde estallan las crisis en los países occidentales, en China es operada con una estudiada cautela y a una relativamente reducida escala, al extremo de que los economistas occidentales se sorprenden de su “pésimo rendimiento” sin percatarse de que esta política constituye, precisamente, una de las mejores herramientas para lidiar con la especulación y con los desplomes bruscos de los mercados de valores que frecuentemente ocurren en el resto del mundo y en su propia economía.
Y en cuanto a la drástica reducción de la desigualdad, esta se ha logrado mediante una acertada redistribución de la gran riqueza que produce China, proveniente tanto de las empresas estatales como de un sistema tributario robusto para las demás, pero muy bien diseñado para no desalentar la inversión privada. Las tasas impositivas oscilan entre el 15 y el 33 por ciento, según se trate de zonas de desarrollo o compañías nacionales o extranjeras. Pero vale la pena recordar, sobre este particular, que el gran atractivo para la inversión privada en China, se encuentra, no tanto en su régimen impositivo, sino en su inmenso mercado, el mayor del mundo.
En resumen, los chinos conciben su modelo económico como una etapa de transición hacia un retorno al socialismo pleno -la que estiman que podría durar alrededor de cien años- y durante la cual China, con la ayuda del capitalismo nacional y extranjero, se ha propuesto desarrollar al máximo sus fuerzas productivas, erradicar por completo la pobreza y que su población supere, de lejos, el nivel de vida del resto del planeta, incluyendo a los Estados Unidos, al tiempo que concluirá las conocidas como las “Cuatro Modernizaciones”, esto es, el más amplio desarrollo y fortalecimiento en los campos de la “agricultura”, la “industria”, la “defensa nacional” y la “ciencia y la tecnología”.
2.- A la segunda pregunta, sobre si el modelo chino es susceptible de replicarse, la mejor respuesta, quizás, es que copiarlo exactamente es, simplemente, una tarea imposible, por cuanto en él concurren, además de sus características políticas e ideológicas, una serie de cualidades únicas y exclusivas de su cultura e idiosincracia, como la paciencia, la laboriosidad y la perseverancia, al igual que sólidos valores morales derivados, principalmente, de la doctrina de Confucio, entre los que ocupa un destacado lugar la “armonía”, como principio esencial de la naturaleza y de la vida humana, y la que, en lo tocante a la política y a la economía, debe buscarse en la atención oportuna y suficiente a los requerimientos materiales y espirituales de los pueblos. En palabras de un autor:
“Ven el cosmos como algo armónico que regula las estaciones, la vida animal, la vegetal y la humana. Si esta armonía es trastornada, habrá graves consecuencias. Un ejemplo común que utiliza el confucianismo es el del mal gobernante que conduce a su pueblo a la ruina mediante su conducta.
El mal gobierno contradice el orden natural y viola el Mandato del Cielo. El gobernante que se conduce así pierde su legitimidad y puede ser depuesto por otro que recibirá este mandato”.
La economista Keyu Jin afirma al respecto en su citada obra: “China no aspira a ser la “ciudad brillante sobre una colina” del mundo, ni a exportar su ideología o imponer su modelo de desarrollo al resto del mundo, porque sabe perfectamente que su experiencia y su fórmula pueden inspirar, pero no duplicarse.”
No obstante, de acuerdo con algunos expertos, un sistema aproximado al de China sí puede ser reproducido en otras naciones, es especial en las pobres, al menos en su concepción básica, y comenzando por el reconocimiento del dominio del Estado sobre una determinada área de la economía a través de empresas nacionales que se consideren de carácter estratégico, y dotándolo de la potestad necesaria para ejercer un adecuado control sobre la actividad privada con el fin de evitar el abuso y la extralimitación, y siempre, por supuesto, que el cambio sea debidamente concertado entre las más importantes fuerzas políticas del país para así poder fijar metas de desarrollo de largo plazo.
De hecho, Laos y Vietnam lo han podido aplicar con notable suceso, en lo que ha sido factible para ellos, desde luego. Tan así que en los pronósticos del crecimiento mundial para el año 2028 este último figura en el 12 lugar, a un punto de Japón, en igual posición que Rusia y Bangladesh y por encima del Reino Unido y de Francia.
3.- Y a la tercera cuestión, sobre si China está dispuesta a colaborar con otras naciones para que estas puedan reestructurar sus sistemas económicos de manera parecida, es importante aclarar que, en una primera fase, el país se distinguió por la práctica de una marcada solidaridad con los revolucionarios de todo el mundo, conocida en esos años como “internacionalismo proletario”, lo que la llevó a prestar decisiva ayuda a los movimientos insurreccionales donde quiera que surgieran, al igual que a involucrarse activamente en grandes conflictos armados en Corea y Vietnam, al igual que embarcarse en una grave discrepancia político ideológica con la antigua Unión Soviética.
Pero más tarde, a partir de 1978, con la transformación sustancial introducida por Den Xiao Ping, China abandonó el internacionalismo proletario y se entregó por completo a la causa de su propia revolución, y a promover las relaciones comerciales con todos los países del orbe, sin importar su naturaleza política, lo que no dejó de ser fuertemente criticado por algunos voceros de la izquierda internacional.
Todo indica, sin embargo, que desde el arribo al poder del actual presidente Xi Jinping en el 2012 y por el mismo enfrentamiento en que se halla inmersa con los Estados Unidos, se estaría produciendo un viraje sustancial en su política internacional, lo que, de acuerdo con algunos analistas, ha dado lugar a una nueva actitud para prestar su concurso a los países del tercer mundo.
De otro lado, no debe olvidarse que China, por su propio peso y por la mera inercia de su portentoso desarrollo, muy probablemente se convertirá en el próximo futuro en la mayor potencia que el mundo ha conocido. Y, entonces, quiérase o no, el siglo XXI será moldeado por ella, como durante buena parte del siglo XX lo fue por los Estados Unidos, por lo que su sistema económico podría ejercer una irresistible atracción sobre las naciones no desarrollados como la nuestra.
“En palabras de Henry Kissinger: “China no exporta sus ideas, sino que está dejando que otros vengan a buscarlas”.
Tegucigalpa, 8 de agosto de 2023.
-
Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas