Por: Edmundo Orellana
El municipio colonial precedió al Estado republicano que nace de la independencia. El municipio es, pues, anterior al Estado hondureño.
La corona estaba en otro continente, las autoridades virreinales estaban a miles de kilómetros- en lo que hoy es México- y la Capitanía General en Guatemala. Poco o nada, entonces, representaban estas autoridades para el hondureño de a pie, cuyo universo político estaba delimitado, fundamentalmente, por la autoridad municipal, a la que estaba sujeta su cotidianidad política.
El gobierno, la administración, la justicia y la seguridad eran funciones municipales. Estas eran las autoridades que resolvían los problemas del hondureño de la colonia.
El advenimiento de la República no cambió la situación. Para el ciudadano que no vivía en la Capital de la República, la municipal seguía siendo la autoridad que le resolvía sus problemas, por lo accidentado de la topografía hondureña y lo distante de la metrópoli.
Estas circunstancias que forman parte del acervo cultural del hondureño hicieron del municipio la entidad política más importante de todas las que existen fuera de la Capital de la República, por supuesto.
Una anécdota ilustrará esta afirmación.
Cuando vine a estudiar Derecho a la Capital, lo primero que llamó mi provinciana atención fue que el régimen jurídico municipal no formaba parte del programa de estudios de la única Escuela de Derecho y que, en el ejercicio profesional, muy pocos abogados mostraran conocimiento de la legislación municipal, porque en mi pueblo era ésta a la que más acudían los ciudadanos y los abogados eran expertos en el conocimiento de la misma, no por su formación obviamente, sino obligados por las circunstancias.
Esta situación sigue igual, porque en las facultades de Derecho no se estudia Derecho Municipal ni el régimen jurídico municipal vigente.
El municipio, sin embargo, es el mejor laboratorio político de civismo. En su seno se genera el sentimiento de arraigo a la comunidad y se aprende a ser ciudadano. Es común que nuestra primera experiencia ciudadana la practiquemos en nuestro municipio. Ejercer el sufragio es la más importante de estas primeras experiencias.
Participar en la elección de las autoridades locales es, sin duda, la experiencia ciudadana más excitante para quien cumple 18 años. No solo porque participa en la escogencia de los que conducirán la comunidad en que vive, sino porque él mismo puede ser electo para conducirla. Recién salido del capullo y, en política, ya “escupe en rueda”.
Esta experiencia del ciudadano con la democracia formal hace del municipio el medio más poderoso de promoción, desarrollo y consolidación de la verdadera democracia, la material.
La que, además de elecciones, garantiza bienestar económico, social, político y cultural.
Pese a su importancia, o quizá por eso, es, de hecho, la cenicienta del sistema político; consecuencia de las tendencias centralistas que acusa el régimen presidencialista.
Un gobierno central fuerte conspira contra el desarrollo democrático, porque se fortalece con la debilidad de los gobiernos locales y, consecuentemente, erosiona la democracia local.
Este atentado contra la democracia no alarma a los alcaldes (preocupados únicamente por privilegios y prebendas), a la sociedad civil (que generalmente elude el tema) ni a la academia (que hace mucho dejó de ser la trinchera de la crítica científica y propositiva).
Si para fortalecerlo se concediera al municipio la misma importancia que los políticos le dispensan para conseguir votos, quizá tendríamos mejores ciudadanos y, tal vez, también política de calidad.
El municipio es, sin duda, la fragua en donde se forja la cultura política nacional y nosotros nos empeñamos en desaprovecharla olímpicamente.
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Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas