Breve recorrido sobre las tribus urbanas en Honduras

Por: Edgardo Molina

Las Tribus urbanas[i] son subjetividades colectivas, que funcionan como espacios de resistencia y significación frente a las estructuras sociales dominantes.

La cultura hondureña ha estado siempre limitada por los estratos sociales y el pensamiento colectivo que, básicamente se ha limitado a imitar o tomar las modas extranjeras como lo único digno de imitar.

Realmente, nunca hubo un movimiento o una tribu urbana que obedezca a nuestras raíces o a las costumbres de nuestros pueblos originarios, y pues, desde los años 70 y 80 hubo un fuerte movimiento rock, metalero y punk antisistema y contra el pensamiento tradicional. Claro, desde la clase media que tenía ciertos “privilegios” como la lectura, la música y momentos de esparcimiento en algún bar del centro de Tegucigalpa o San Pedro Sula.

En los años 90, ya vimos la irrupción de la escena de los raperos y hip hoperos: colectivos de grafiteros, breakdancers y MCs en barrios urbanos, se convierten en una tribu influyente entre jóvenes marginados de la clase obrera.

Ya para los años 2000 vinieron los skaters que básicamente eran jóvenes que buscaban parques para patinar y encontrarse con los deportes extremos, subir vídeos y utilizar extranjerismos.   

Y, luego, los Emo quizá uno de los grupos más incomprendidos y visibles, ya que eran vinculados con una estética oscura, la depresión y un estigma social sobre la autoflagelación.

Para el año 2010 se vienen los regatoneros y la masificación de los jóvenes: bailes sensuales, libertad sexual y artística que dominan las ideas y transición de la música hecha por músicos a las composiciones hechas por computado o inteligencia artificial. 

K-poper Fans del K-pop coreano organizados en grupos de fans por ciudades o conectados por internet. Ya en los últimos años, entre los años 2020 hasta la actualidad se identifican tres grupos predominantes: Gamers: son un grupo de jóvenes enfocados en los videojuegos y el animé Freestyler: estos se dedican a rimar en batallas de hip hop, se presentan en plazas y buscan mediar diferencias sin violencia. Influencer o tiktokers: basada en la creación de contenido digital, con intereses muy diversos, pero con el único objetivo de la búsqueda de la popularidad y los réditos monetarios.

Finalmente, intentaré precisar algunos cambios contextuales en estos grupos a través del tiempo: los ídolos o artistas que se admiraban en los años 70, 80 y 90, que eran músicos, escritores, actrices o atletas fueron convirtiéndose hasta llegar a ser jóvenes comunes y corrientes para la década de 2010, de tal manera que, las tribus urbanas buscan darle sentido al tiempo muerto de la juventud, es decir, orientar el ocio hacia la interacción social y masificar los hábitos de consumo brindándoles una “vulgaridad que rompe la norma social”, de manera que los estereotipos se expanden hacia una cultura empática hacia el consumo de drogas, violencia e hipersexualización en redes sociales.

Utilizar estos fenómenos sociales genera atención e identidad de grupo para una juventud que, cada día está más decidida a auto explotarse para sentir el éxito moderno: viajes, tatuajes y piercings, memes e identidad digital y de género poniendo al propio ser como único bien controlable y alcanzable para la endeble economía de una juventud con mucha capacidad y estudios, pero, sin poder adquisitivo gracias al predominante subempleo. En cambio, la generación de los 70, 80 y 90 no tenían posesiones virtuales como una cuenta de tik tok con miles de seguidores, pero pudieron acceder a bienes materiales como una vivienda, el eterno 22r o un terreno a las afueras de la ciudad.  

Por lo anterior descrito, las tribus urbanas pasaron de las reuniones físicas a las reuniones virtuales, de un activismo político en las calles en búsqueda de justicia social a los hashtags, campañas virales y el ciberactivismo mundial que, en consecuencia, alejó a los jóvenes de las preocupaciones inmediatas, de su entorno y de su cotidianidad, tales como: falta de acceso al agua, falta de medicamentos en los hospitales públicos, violencia contra las mujeres, migración irregular o embarazos en adolescentes, para apoyar causas menos inmediatas o diversas del otro lado del mundo, tales como: publicaciones de banderas de países en guerra, gente sin maquillaje en redes sociales o la no utilización de cerdos para practicar tatuajes; por lo que estos gestos simbólicos sin traducción a lo concreto de las acciones termina por invisibilizar problemas reales de la sociedad hondureña y volcarse a una “virtual consciencia mundial”.

Por otro lado, tenemos a la población joven en el interior del país que, durante todo el desarrollo de las tribus urbanas, estuvieron y siguen trabajando para sobrevivir en jornadas extendidas en la agricultura, ganadería, pesca artesanal o caficultura y, no tuvieron y no tienen tiempo para las prolongadas interacciones en redes sociales o en la realidad, para ellos siempre solo existirá la religiosidad el alcoholismo y un camino lleno de esfuerzo y pocas recompensas.


[i] Reguillo, R. (2000). Emergencia de culturas juveniles. Bogotá: Norma.

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