Por Manuel Torres Calderón
La ciudadanía argentina sumó a la amplia tipología del sufragio en América Latina votar a la defensiva y en los comicios generales del 22 de octubre contradijo las tendencias mediáticas que anticipaban la victoria a favor del candidato de la “moto sierra” libertaria: Javier Milei y concedió al “Cristinismo” (Cristina Kirchner) y sus variantes ideológicas una nueva oportunidad de gobernar.
En resumen, el resultado fue el siguiente: Sergio Massa, Unión Por La Patria (36,7 %); Javier Milei, La Libertad Avanza (30%); Patricia Bullrich, Juntos Por El Cambio (23,8%); Juan Schiarett, Hacemos Por Nuestro País (6,8 %) y Myriam Bregman, Frente De Izquierda (2,7 %).
Muchos anticipaban que Massa y Milei pasarían a la segunda ronda a disputarse el 19 de noviembre, pero no en ese orden. Se supuso que Milei arrasaría y que Massa sería víctima de un voto de castigo por ser protagonista activo de la crisis económica y social extrema que sufre Argentina.
El currículo de Massa lo delata: presidente de la Cámara de Diputados desde 2019 hasta julio de 2022 cuando abandonó el cargo para desempeñarse como ministro de Economía de uno de los gobiernos más inoperantes de la historia del país, presidido por Alberto Fernández.
Involucrado en las principales decisiones públicas de los últimos años, Massa no tuvo la posibilidad de lavarse las manos como lo hizo Cristina Kirchner, vicepresidenta en curso, quien el mismo día de la elección afirmó que «no fui escuchada. El que decide siempre es el presidente, para bien o para mal”.
¿De qué quiso desligarse? Entre otros indicadores de una devaluación en picada del peso argentino frente al dólar de EEUU, una altísima inflación, un desequilibrio fiscal agudo, caída de la producción y una precariedad social (pobreza) que se expande día a día y consume las esperanzas de la mitad de la población. Sin contar los escándalos de corrupción, manipulación de la justicia y abuso de poder denunciados.
Es evidente que las raíces de esa situación vienen de lejos; que no se destruye un país de la noche a la mañana y que el neoliberalismo está en la esencia misma del problema, e incluso se puede entender que el gobierno no haya sido capaz de enmendar sus consecuencias; pero ¿qué las agrave?
Aun así, el partido oficialista -aunque nadie quiso cargar con ese calificativo- obtuvo una victoria que ellos no esperaban. Faltan varios días de psicoanálisis y debate para que los propios argentinos comprendan el comportamiento del electorado y traten de dilucidar si lo visto fue un voto razonado o un voto de espanto.
En todo caso, los electores que rechazaron a Milei ejercitaron no sólo su derecho al sufragio (obligatorio) sino que su derecho a decidir, lo que implicó decir no a una opción suicida para ellos, sus familias y la propia integridad de la Argentina.
Cuando un porcentaje alto de la juventud se perdió en los desvaríos de Milei, los trabajadores y la clase media salieron al paso en defensa de sus intereses y los de su país. No se trata, entonces, de un voto amnésico, sino de sobrevivencia. El temor era real; no imaginario. No es que a Milei lo venció una estrategia inteligente que promovió el miedo; no, es que el miedo era objetivo. Nadie que ve a un loco blandiendo una motosierra se queda sentado impasible. Lo menos que hace es retirarse o buscar protegerse; es instintivo.
El “libertario” no ocultaba su intención de barrer con la institucionalidad, con la Constitución, con las conquistas sociales acumuladas en décadas de lucha, con privatizar hasta el último rincón público, con poner en subasta al territorio, dolarizar… Nadie sabía contestar que sería de Argentina a partir del día después de un triunfo de Milei.
Tampoco, a decir verdad, lo tienen claro con Massa. Lo que ahora se espera de él es qué precise qué hará y con quiénes una vez releve a Fernández el 10 de diciembre. La ciudadanía confía que sea claro y convincente porque se equivocaría si interpreta el respaldo recibido como un cheque de continuidad. Igual que pasó con Milei, Massa puede traducir mal las señales.
Ojalá que su remontada electoral le aguante hasta el balotaje. Entre tanto, la cuenta regresiva inició y seguro le lloverán los ofrecimientos, los compromisos envenenados y las propuestas de alianzas secretas. De cualquier forma, a futuro, su desafío principal es sui-generis: Que el eventual Massa presidente corrija al actual Massa ministro.
Mientras las dudas se despejan, en toda América Latina se festeja el resultado electoral argentino como propio El ejemplo es valioso porque cada pueblo del continente tiene su propio Milei que derrotar.
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