Por Edgar Soriano Ortiz
El concepto “derecha” tiene orígenes en el debate político luego de la revolución francesa de 1789, propagándose por el mundo tras la mundialización de los mercados producto de la industrialización. En algunas naciones el concepto tendría más resonancia que otras en el siglo XIX, pero en el siglo XX pasaría a ocupar un lugar primordial en las contradicciones políticas, logrando penetrar en los imaginarios sociales.
El “conservadurismo” colonial:
Las campanas sonaron en los ayuntamientos de la provincia a finales de septiembre de 1821 con el fin de realizar las ceremonias de jurar la “independencia”, en la mentalidad de las elites estaba la confusión y la seguridad de mantener su hegemonía en las estancias mineras y ganaderas. La idea de superioridad frente a las poblaciones indígenas y ladinas obligaba a los poderes locales a entrar en alianzas con la iglesia, institución defensora del mundo socio-político colonial. Sin comprender el término “derecha” tal como se usaba en Francia, pero la postura estaba definida, mantener el orden de las “buenas familias” frente al llamado peligroso a la igualdad.
Las elites del Estado liberal oligárquico:
Hacia finales del siglo XIX la fuerza ideológica del “orden” y el “progreso” obligó a las elites a asumir entre alianzas familiares o a punta de fusil la idea de la ciudadanía como mecanismo de higiene social y mano de obra eficaz. Las elites desembocaron sus contradicciones mentales en el lema demagógico “gobernar para el pueblo” –pero sin el pueblo en la práctica – mostrándose como redentores del “desarrollo”. Justificaron con los fusiles el camino a la construcción del libre mercado, entregaron el territorio con el fin de generar “trabajo” y “seguridad” para la sociedad, sin embargo se opusieron por las distintas presiones cuasi-feudales y del capital multinacional a instaurar un régimen constitucional garante de los derechos laborales y ciudadanos. La “moral” del iusnaturalismo se impuso bajo el brazo de los caciques, quienes se tomaron la tarea de imponer sus criterios en la política nacional. En cada municipio los comandantes de armas fueron los garantes de la “paz” y la “democracia” liberal-oligárquica.
La derecha militarizada:
Luego de la revuelta armada de 1924 Washington traslado su centro vital de influencia geopolítica en el istmo de Nicaragua a Honduras, apoyaron al caudillo Tiburcio Carías Andino como garante del orden político y facilitador de los intereses de las bananeras. La segunda guerra mundial con sus maquinarias industriales de la muerte y luego la “guerra fría” obligo a Estados Unidos a trabajar en el eficaz diseño de una institucionalidad armada que garantizara una satisfactoria transición post Carías. Las presiones de movilización popular y el peligro de la expansión insurgente llevaron a las elites de la derecha del partido Nacional y del partido Liberal a buscar la salida militar como único remedio para detener lo que ellos consideraban la “amenaza comunista”. El departamento de Estado estadounidense vio la alternativa para operar estratégicamente y apoyar sutilmente el golpe del 3 de octubre de 1963. La militarización de Honduras comenzó con mucha fuerza en el campo político-ideológico. El camino de la represión y la desarticulación de todos los espacio alternativos al régimen liberal-militar fue un hecho consumado bajo la complicidad mediática y el respaldo de cúpulas clericales. La militarización de la “seguridad” se imponía violentamente y sínicamente en el imaginario colectivo rural, mientras que el urbano tenía otros matices que había que filtrarlos y arrinconarlos a sometimiento.
Las nuevas caras en el contexto neoliberal:
La derecha cerril conectada ideológicamente con el imaginario colonial y decimonónico no había dudado en apoyar la violencia militar contra la oposición, pero algunos de los miembros de los nuevos grupos facticos que edificaron incuantificables fortunas desde la década de 1970 comenzaron apostando a la constitución de 1982 y la “alternancia” bipartidista y posteriormente, a principios de la década de 1990, comenzaron a desligarse sutilmente del militarismo, apoyaron la propuesta del presidente Carlos Roberto Reina. Entendieron que el libre mercado no puede estar supeditado a generales y coroneles con uniforme, comenzó la privatización y la consolidación de estructuras financieras. El marketing del “empresario gobernante” de la mano de FMI se imponía frente a las secuelas de la marginalidad y su secuelas de hambre y violencia.
Las estratagemas reorganizativas post golpe de 2009:
La comodidad de las elites envalentonadas con las nuevas hordas de tecnócratas llenó con cifras macroeconómicas los espacios mediáticos y foros de “sociedad civil”, sin embargo el discurso pro asistencialista y el eco de “fortalecer la institucionalidad” se diluyeron frente una crisis social alarmante. Además de la irrupción rebelde del político regional Manuel Zelaya, quien con apoyo de algunos empresarios y la apertura a integrar al movimiento popular organizado en la una nueva propuesta de consulta a la población para la convocatoria a una asamblea nacional constituyente. Ante la presión de Manuel Zelaya en 2009 las elites corporativas olvidaron el intento de mostrar un rostro más amable y se juntaron en el viejo imaginario golpista y la posterior activación del Estado policiaco. Luego de las elecciones de 2009 apoyadas por Washington Porfirio Lobo asumió la presidencial y las estratagemas de las derechas corporativas y cerriles – ahora con asesoramiento tecnócrata de la derecha internacional y del Departamento de estado – de donde JOH saldría bien librado con sus propuestas neoliberales garantes de la hemorragia de concesiones, sin embargo en su afán continuista, ha provocado un giro de un sector corporativo que interpreta la idea de inducir el liderazgo político en busca de “outsider” afines al orden neoliberal.
Desde las pautas mediáticas: banderas coloridas de los nuevos rostros de las “derechas”:
La búsqueda de las “derechas” por neutralizar las demandas históricas de los movimientos sociales y de la izquierda política llevo a Televicentro y otros medios seguidores de su pauta a penetrar las movilizaciones de indignación nacional, auto convocadas, pero incentivadas por la TV y similares. La imposición de nuevos liderazgos es una astucia para derribar a Zelaya y a JOH, ante el próximo proceso electoral. Pero más allá de los antes expuesto, es la búsqueda de una hegemonía solida pro-neoliberal, destruyendo la posibilidad de un proyecto nacional de liberación, y de discursos demagógicos de los “demócratas de cámara”.
El problema de Honduras es su compleja composición socio-cultural dialéctica entre lo rural y lo urbano. Los “outsider” y “globos sodas” no cuajan aun en la posibilidad de ser redentores del poder corporativo frente a la dispersión política y el fuerte imaginario de la tradición. La asamblea constituyente es un as bajo la manga de estas nuevas mascaras de las “derechas”. La población hondureña tiene grandes retos políticos para forjar una verdadera participación política vinculante en las grandes decisiones de nuestro patrimonio natural y cultural, la última palabra está lejos de estar dicha, la democracia no se consumará en las cámaras de TV, al contrario se logrará en la construcción de fuerzas socio-políticas plurales y transparentes con la historia de un pueblo subyugado…