Por: Redacción CRITERIO
El año 2015 se ha caracterizado por una profundización de la agresión desestabilizadora de Estados Unidos contra los pueblos latinoamericanos y caribeños. Nos ocupamos en este breve texto de un episodio especial dentro de este contexto, del cual no puede desvincularse en ningún momento: la ya conocida “Primavera” centroamericana.
La movilización contra la corrupción en los dos países centroamericanos gobernados por la derecha más retrograda de la región, Guatemala y Honduras, podría parecer en primera instancia como un evento cataclísmico que tiende a una renovación del accionar de la derecha internacional, que busca lavar la cara del ya desprestigiado sistema electorero que ha prácticamente liquidado cualquier aspiración de nuestros pueblos por una vida en medio de democracia y justicia.
Sin embargo, nada parece más lejano hoy que ese cambio en la derecha, la que luce claramente fortalecida después de meses de especulación y falsas esperanzas. A pocos días de las elecciones en Guatemala, a pesar de la inmensa movilización popular, las encuestas apuntan a un desenlace en segunda vuelta entre la derecha evidente y la derecha emergente, encarnada en un producto mediático que aparece como la salvación del flagelo de la corrupción.
En Honduras, la movilización continua en una carrera contra su enemigo más grande: el desgaste, que se muestra como la opción real en la medida que las fuerzas de amplia base popular no pueden escalar el carácter y el nivel de las acciones, que se han visto cercadas en el juego de buscar la solución a todo en una Comisión Internacional contra la Impunidad (CICI). En concreto, esta Comisión, solo puede ser convocada por los mismos implicados en el saqueo de los bienes nacionales, cosa muy improbable.
Por otro lado, la idea de marcar una distancia entre los partidos políticos y la corrupción, así como la pretensión de desideologizar la lucha anti corrupción, juegan en favor del sistema. Que marca tendencias encarcelando personajes de segundo nivel, que pueden ser sacrificados, pero nunca permitirá un suicidio colectivo de clase.
Además, en su origen al menos, estas movilizaciones han sido manipuladas por la misma derecha, siguiendo patrones muy similares en todos los estados donde se producen. En todos, esos escenarios, el objetivo último es destruir la izquierda, en el gobierno o no. Para esto sirve la desideologización, para separar la lucha de liberación de los pueblos de sus genuinos y legítimos sentimientos contra la corrupción. La idea es lanzar una ofensiva tal, que marque a los corruptos en una sola bolsa, que será ampliamente rechazada por las mayorías, que abrazaran el advenimiento de una nueva derecha, incluso fascista.
Hasta ahora el fenómeno, producido artificialmente a partir de matrices que tienen los medios de comunicación corporativos y transnacionales como puntas de lanza, ha impactado con mucho éxito en las clases medias, incluso ahora que el modelo neoliberal las empuja brutalmente hacia la línea de pobreza a un ritmo indescriptible. Que la estrategia este dirigida a movilizar a la clase media no es extraño, de hecho ese es el segmento de la población más susceptible a reaccionar ante la idea de que es la corrupción, y no el modelo, lo que la está empobreciendo, y es incapaz de establecer una relación entre ambos.
No es casual que las redes sociales jueguen un papel primordial en este momento, especialmente en países donde el acceso a Internet es, por mucho, un privilegio. Las marchas ordenadas, con horarios y fechas predefinidas, la nitidez lo impoluto de sus resultados, muestran un patrón, una guía, que es permitida por la clase dominante. No hay represión contra la movilización (en Honduras se nota esto muy bien, mientras los indignados anti corrupción marchan sin obstáculos, estudiantes universitarios son juzgados por sedición y por usurpación de sus espacios de estudio, con grandes posibilidades de ser encarcelados). Parece un escenario mágico en el que los acusados de corrupción aplauden a quienes exigen su cabeza.
La corrupción existe hace muchos años, políticos militares, religiosos, empresarios, sindicalistas, etc., han sido favorecidos por ella, creando generaciones de millonarios con patrimonios inexplicables. El mismo imperio, ha sostenido la corrupción como una herramienta eficaz de dominación y control. La clase media sabe hace mucho tiempo de la existencia de este mal, y, tristemente, aprendió a convivir con él, y su veloz crecimiento, con mucho acomodamiento. Ese hecho facilita la posibilidad de juntar a la clase media en una movilización, pintada de cruzada, pero no la deja avanzar hacia algún nivel de organización. La llama más fácil de encender es también la más fácil de apagar.
Naturalmente, quienes plantean la estrategia de agresión, y las tácticas a implementar, saben muy bien, que la movilización social está expuesta a muchos elementos, y que la manipulación puede ser muy efectiva frente a niveles bajos de organización popular. En la medida que esa organización es más compleja y avanzada, las repuestas son mayores. En ese sentido, Guatemala y Honduras, han estado funcionando como inmensos laboratorios, en los que las organizaciones de la sociedad se activan y promueven una respuesta diferente a la esperada, lo que ocasiona la activación de mecanismos de control como la OEA.
Los Estados Unidos abrazaron estos movimientos de manera oficial desde el principio, aunque se reculan a medida transcurren los hechos. Sin embargo, los objetivos, siguen siendo los mismos. Thomas Shannon proclamo desde Guatemala, que una CICI convenía a Honduras y a El Salvador; ¿de dónde aparece en este paquete El Salvador? Bueno, unas semanas antes ARENA, partido de ultraderecha, y oposición al FMLN había planteado la CICI como una opción, dentro de su esquema de desestabilización, y, ¿porque no?, de golpe de estado.
El mismo tipo de movilización, en escala infinitamente menor, se viene produciendo en Nicaragua, allá en una ofensiva de la derecha continental, contra el proyecto de Canal Interoceánico. Eso se da los miércoles en Managua, mientras en Tegucigalpa es los viernes y en Ciudad Guatemala los sábados. Cuando vemos el contexto, descubrimos el patrón, y nos damos cuenta de que esto es parte de algo más grande, con objetivos políticos muy definidos, y no están relacionados con la eliminación de la corrupción, sino de los gobiernos de izquierda en la región, y la destrucción de los fuerzas de izquierda en Honduras y Guatemala.
Importante notar como la derecha promueve la violencia contra los gobiernos de izquierda, caso de Ecuador, durante el mes de junio, en Venezuela desde hace rato ya, la misma Bolivia. Esto nos hace pensar que estamos ante la inminente detonación de una oleada represiva, estilo Colombia, en nuestros países (donde gobierna la derecha más recalcitrante) y posibilidades de Golpes de Estado, en diversas formas en los países donde rigen gobiernos democráticos de izquierda.
Si no queda clara la manipulación, ¿será posible creer en la espontaneidad? Entonces tendríamos que afirmar que no existe corrupción ni en Colombia, ni en México, ni en Perú, ni en Chile. La corrupción en sí, no es más que el argumento sin rostro y sin contenido, para manipular en un ambiente, más o menos controlado, un movimiento que sirva para implantar en el imaginario colectivo una figura paria, a la que se puede golpear y eliminar con el aplauso emocionado de la gente.