Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
a G. J. 95 y los defensores del medio ambiente, libres y presos
Hay cosas que siguen siendo más importantes. El calentamiento global ha vuelto crucial la degradación ambiental, contaminación y deforestación que lo agravan. Un estudio técnico pronostica que dentro de 30 años la mitad de Honduras será árida, y a fin de siglo, toda ella, menos La Mosquitia. Sin haberlo leído, no solo en la Zona Lenca, en muchas comunidades ladinas de municipios humildes desde Santa Bárbara y Cortés hasta Tocoa, Colón, pasando por Yoro y Atlántida la gente defiende y declara sus municipios libres de minería, rechazando la amenaza del extractivismo contra recursos vitales, en especial, sus bosques y fuentes de agua. ¡Van presos y exponen la vida porque entienden que se les va la vida en ello y la de sus descendientes!
Hay basuras que nos sirven. Hace tiempo importamos de EUA vehículos y manufacturas de segunda, que reciclamos y a las que alcanzamos a dar nueva vida. Bienvenido sea lo que nos ahorra otras fábricas y dinero. Pero trasciende que los señores diputados —padres de la patria que, como dijo F. Jiménez Mayor de la MACCIH, había que procesar por corrupción—que se empeñan en ratificar un código penal, rechazado tanto por la comunidad nacional como internacional. ¡Acaban de aprobar una concesión para que partes interesadas traigan al país barcos llenos de basura radioactiva que, por contaminante, no quieren ni enterrar en sus lugares de origen! Yo mandaría a investigar cuántos fueron sus móviles y donde se los depositaron, para pasarlos por las armas por irredentos. ¡Vergüenza deberían sentir, pero son incapaces!
Son cínicos, los notables de la “clase política”. Un nuevo libro ha salido de la prensa, Represas, Escuadrones de la Muerte y la batalla por la Tierra de la defensoría indígena… ¿Quién Mató a Berta Cáceres? de la autora extranjera, Nina Lakhani a quien, el día que la conoció Berta, le dijo que los militares la tenían en una lista.[1] Un libro que es mezcla de periodismo, crónica y novela detectivesca. Que no dice mucho nuevo para quien sigue el caso, con todos los recursos de información que hay hoy. Y sabe que, con la connivencia de la autoridad y apoyo operativo de los escuadrones de la muerte, a Berta, sin cabal conciencia de la repercusión, la mandó a matar la hoy casi extinta DESA. Liderada por figuras con apellidos egregios de la alta burguesía local mixta, con conexiones políticas, alguno con formación militar, que restan perfectamente impunes, luego de que han sido condenados los gatilleros. Constituida ad hoc para explotar las aguas del Río Gualcarque, ajeno, DESA beneficiaba ¡uno de los centenares de contratos extractivistas que se aprobaron en el Congreso Nacional, inmediatamente después del golpe parlamentario contra Mel, quien había detenido esa clase de concesión! Cansa saberlo.
En todo caso interesa más explicar bien algo que solo es aparentemente obvio ¿por qué mataron a Berta? Porque es fácil responder que la mataron porque organizó, entre los lencas –ascendientes de la mayoría de los hondureños, pero olvidados en las serranías– la eficaz resistencia contra el atropello de sus derechos, consignados en ley, y contra el abuso de los recursos naturales que los indios entienden como encarnaciones del paisaje sagrado. ¿Pero por qué encontraba Berta entre esos indígenas, vencidos desde hace siglos, despojados incluso de su lengua, con bajo nivel educativo, la voluntad de resistencia, y tienen resiliencia y entereza para la lucha, los defensores humildes de las municipalidades rurales, ¿y no hay, en cambio en las urbes ricas en donde están el capital y las universidades de la llamada T del desarrollo,[2] quien se disponga a luchar, aun con mediano esmero, por recursos vitales para su calidad de vida y de sus hijos?
¿Líderes de la defensoría ambientalista? Aquí, para gran parte de las elites ignaras y de la opinión que condicionan sus medios, el tema del medio ambiente es una consideración marginal de ricos ociosos, indios retrógrados, negros necios, un haz de naturalistas fanáticos y de comunidades tradicionalistas, que supuestamente se oponen al desarrollo, porque protestan la explotación destructora, sin miramientos, de recursos no renovables. Y sin duda hay radicalismos, la realidad siempre es compleja. También hay que invertir en investigación y atenerse a lineamientos técnicos.
Pero hay cosas de sentido común. Los teleños tendrían que defender las playas y los corales contra lo que se vierte al agua –crudo- todo el excremento de los nativos y de los visitantes. (Claramente Punta Izopo y Punta Sal deberían ser inviolables. No digamos la Laguna de los Micos, degradada por drenajes de tóxicos de la cuenca palmera, a la cual tendría que detenerse.) En La Ceiba, no está claro que aun viva Pepe Herrero, ni existe un protagonismo que detenga la urbanización desordenada. Y en “Tegus” el alcalde destruye la floresta sin que nadie se le oponga y se urbaniza el bosque porque la oposición es ineficiente.
No es mejor el caso de mi ciudad. En San Pedro Sula, nadie defendió el piedemonte del Merendón. A nadie parece importarle la violación de las cotas que defienden la cresta, ni menos el dorso de la montaña. Menos al alcalde, quien le ha dado otra vez la espalda al tratamiento de aguas negras y ahora anda por ahí esbozado, persiguiendo a que quebrantan la cuarentena para no morirse de hambre. ¡Pero sin estorbarles la invasión continuada y nueva –oportunista- en la Zona Núcleo de Reserva del Manto Acuífero de Suncery, donde en efecto ¡a vista y paciencia de las autoridades y con aliento de activistas municipales! se ha poblado de covachas hacinadas el bordo de Río Blanco, hasta hace poco respetado, con personas necesitadas sin duda, de todo (menos la luz a la que ya se conectaron) incluso de agua, que no tienen drenaje ni facilidades sanitarias y ¡que inevitablemente contaminarán ambos, el Río y los pozos de los que la ciudad saca, el agua potable de una cuarta parte de la población!
Pues no defienden ni exigen los sampedranos esas causas porque, ¡a diferencia de la gente del campo, que sabe de dónde viene su agua, la mayoría de los habitantes de la ciudad cree que, del tubo, y no entiende! Porque no hay educación ambiental. Pero educar también es una responsabilidad pública. Alguna vez, frente a mí, el Alcalde Calidonio se comprometió -todo menos que juró- que restauraría un Museo de la Naturaleza que les enseñara a los sampedranos la importancia de su entorno natural. Con ese cuento se le cedió el viejo edificio del Museo, con tanto esfuerzo montado por particulares, rodeado de un arboretum que reunía las palmas endógenas y foráneas. Restauró el edificio, desmontó el museo dizque para abrir un centro social y cortó todas las palmas para pavimentarse una explanada ¡que ahora hay que cerrar!
[1] Entiéndase de personas a ser eliminadas.
[2] Dícese de una geografía que dibuja una T con la Costa Norte y el eje central que baja al Pacifico
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas