Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
a Rare, raro filósofo en su cumpleaños
Hay cosas más obvias que otras. El otro es un burro. Es una estupidez apostarle a J. Guaidó. No las tenía todas consigo el Kirchnerismo antes de caer en elecciones y ser perseguida la brillante Cristina, ora ave fénix. Ni por un instante te puedes confundir con respecto a la supuesta legalidad de una constituyente venezolana en que solamente participaban (no importando las razones, cuestión de definición) los afines al chavismo. No hago acepción de personas ni de procedimientos. No se vale. Hace muchos años ya que, dando la espalda a la alternancia, el régimen de Ortega ha perdido toda legitimidad. Duele ver la persecución de los viejos revolucionarios como E. Cardenal y S. Ramírez tan superiores a su dictador.
No sé lo bastante de Bolivia en cambio, como para sentirme cómodo con cualquier posicionamiento fácil. Si, que sus adversarios van encabezados por los anteriores usufructuarios del antiguo rentismo petrolero al que Evo reformó para financiar e impulsar profundos cambios sociales, impulsar la economía y beneficiar a los postergados. Lo sé. Bueno que está a salvo, Evo. Y también sé que Evo lideró un movimiento democrático y ascendió al poder público denunciado la reelección y se quedó quince años pese a los reclamos populares contra el reeleccionismo. Se ha demostrado. Que la economía creció, y que las reformas tuvieron un impacto real en la condición de millones de sus compatriotas, que salieron de la pobreza y miseria en comunidades organizadas y beneficiadas en forma holística –integral- por intervenciones públicas inteligentes. Consta, no es ideología. El beneficio y la libertad de su pueblo son las pruebas de éxito de un gobernante.
De modo que cuando ayer -a la caída del gobierno reelecto de Evo, y frente a las críticas sobre la posible responsabilidad que llevaba Morales en su predicamento, al frustrar la alternancia- el compañero Gilberto Ríos (alias Grillo) y profeso marxista leninista increpó al colega Ismael Zepeda, reclamándole que su análisis carecía de profundidad porque se desprendía de una perspectiva burguesa institucionalista, y dejaba de lado el análisis de clase, inicialmente, me enojé. Recordé que cuando en 1956, los tanques soviéticos invadieron Checoslovaquia para aplastar a La Primavera de Praga, un famoso profesor marxista denostó los sentimentalismos de la generación ingenua a su alrededor, declarando que se trataba de un conflicto de clases. Y uno de sus más brillantes estudiantes le ripostó claro que sí, Profesor, entre la clase rusa y la cheka. La afinidad no ha de volvernos acríticos.
Al Grillo habrá que reeducarlo. Sin duda fue prepotente en sus comentarios y tenía toda la razón yo de enojarme y más nuestro joven colega IZ de invocar el agravio que el régimen de Morales hizo a la institucionalidad, toda la razón, tenía, aunque sea solo porque ese agravio era un mal cálculo y error político, subestimaba la real animadversión de varios sectores opuestos y aglutinaba a los desafectos, debilitando a la resistencia. Pero haciendo a un lado el enojo es posible aprovechar la insolencia del ideólogo leninista del patio para profundizar en lo que está sucediendo no solo en Bolivia si no en todo este tenso escenario regional en donde han caído un par de gobiernos de signos opuestos y están por caer otros en las próximas horas o días. Y no solo en el transcurso de una década si no de más de medio siglo. Si que hay un problema y conflicto de clase social y viendo a lo más profundo, podemos advertir movimientos sociales que calificaríamos de telúricos y desplazamientos de una especie de magma social bajo la superficie que, de repente, se abre como un abismo o las fauces de la Señora Tierra Madre.
Me falta la referencia a un filósofo novel, creo que argentino, que juzga que esa es la clase media, que surge luchando contra la desigualdad y luego se fastidia con los topes que le pone el continuismo y el control de las elites. Pero coincido y pienso que desde al menos los1970s, este es el trasfondo de la historia latinoamericana. Distintas aleaciones de la clase media impulsan movimientos alternativamente a la izquierda o a la derecha que no alcanzan a conciliar, al contrario. Figuras inauditas de ambos signos concitan bases de apoyo irracionales desde uno y otro bando, sin que nadie muestre la astucia para sortear la dualidad del problema o evite el quiebre con la contradicción. Contra el maniqueísmo, cabe solo la solución de entender los movimientos políticos como voces de esa pugna de clases o de una clase en formación. Que tendrá que resolverse de otro modo puesto que no puede imponerse.
¿Acaso no observamos que, en todos nuestros países, tanto nuestros movimientos populares nuevos y mejor definidos, como las resistencias que generan y se articulan con fuerzas hegemónicas ponen de manifiesto -a una vez- la dificultad y la vulnerabilidad del proceso de modernización social que supuestamente es un correlato de políticas que repudian los opositores en países controlados por la derecha como de las revoluciones tentativas que procuran convivir con estructuras duras de capital?
Lo digo por otros, porque el proyecto mexicano también, hoy el más sano y vigoroso, sobrevivirá si sus conductores miran este dilema de frente y luchan por enmendar continuamente, obviar la retórica, evitar los escollos obvios, navegar las formaciones estructurales peligrosamente duras y filosas. Si se puede salvar esa clase de conflictividad viciosa nadie ha logrado explicar cómo todavía, pero parece claro que las expresiones de poder tendrán que alcanzar una nueva articulación conciliadora. O volver -cuantas veces- como Sísifo el Grillo, a remontar el ciclo.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas