Por: Hugo Noé Pino
Ha sido usual, en los últimos años, escuchar sobre la situación macroeconómica anda bien, pero que la microeconomía está mal. En una concepción académica simplificada, la macroeconomía se refiere al estudio de los agregados económicos como producción, precios, empleo, etc. La microeconomía se refiere al análisis de la empresa, comportamiento del consumidor, precios individuales, estructuras de mercado, etc.
En términos de conversación diaria las acepciones son similares. La población percibe que, pese a los números positivos que los funcionarios públicos repiten constantemente a nivel macro, la situación del ciudadano común y corriente no es buena. ¿A qué se refieren los indicadores macros? Bueno, principalmente se habla de tasas de crecimiento, índice de inflación, déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos y nivel de reservas internacionales. Cuando estos indicadores son positivos, la economía anda bien y se destaca que hay estabilidad económica con crecimiento.
Veamos la situación más de cerca. La mayor parte de los textos de Macroeconomía comienzan con la discusión de tres indicadores fundamentales de la actividad económica: el Producto Interno Bruto (PIB), su determinación y crecimiento; el nivel de precios (inflación) y el empleo. El crecimiento económico sostenido y sostenible, con bajas tasas de inflación y generación de empleo son los objetivos simultáneos de la política económica. El sueño de los economistas, diríamos. El crecimiento económico permite ampliar la capacidad productiva de un país y sienta las bases para un crecimiento posterior a través de acumulación de capital físico. La estabilidad de precios permite establecer un horizonte adecuado para los actores económicos, entre ellos inversionistas y consumidores, motivando la inversión y el consumo.
El empleo, por su parte, brinda a las familias, los ingresos necesarios para acceder al mercado a comprar los bienes y servicios que necesitan. En otras palabras, la macroeconomía no puede estar bien si no es capaz de generar empleos en la cantidad y calidad que la población lo necesita. Cantidad, que permita la reducción gradual de los altos niveles de desempleo que arrastra el país y que deja a 6 de cada 10 hondureños sin un ingreso que satisfaga sus necesidades básicas. Calidad, porque deben de ser empleos de ocho horas con beneficios, o sea empleos dignos como lo pregona la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Pese a esta vinculación clara, cuando se refieren a la situación económica del país, los burócratas nacionales e internacionales solamente se refiere a los primeros dos temas, es decir, a la estabilidad económica. Nadie discute la necesidad de tener estabilidad económica, lo que se cuestiona es que se considere como fin y no como medio. Esto hace que se hable de políticas económica e indicadores como si las personas no existieran. Los “desechables” como señala un amigo.
El crecimiento económico tampoco es un fin en sí mismo, es un medio. Dependerá mucho de su tipo y ritmo de crecimiento para decir que puede conducir a mejores niveles de vida de la población. Un crecimiento de la producción basada en actividades de bienes o servicios que generan muy poco empleo conducirá sin ninguna duda a ensanchar el desempleo. Eso sucede cuando el crecimiento lo lidera sectores como el financiero, telecomunicaciones, energía y comercio, como es el caso de Honduras. En este sentido, el crecimiento puede ser 3% o 4% y no habrá forma que el país mejore.
Por el lado de la demanda agregada, la situación es también problemática. El crecimiento del consumo, con base en las remesas familiares, impulsan el crecimiento. También lo hace la inversión pública, pero a través de la entrega de bienes públicos por 20 o 30 en años en concesiones denominadas alianzas público-privadas. Estas últimas tienen limitaciones en el tiempo y cuando no se supervisan bien, como ocurre en Honduras, terminan representando una carga a los contribuyentes.
De ahí la importancia de la inversión privada. No obstante, la inversión privada doméstica y extrajera denota muy poco dinamismo. En otras palabras, la acumulación de capital físico que permita impulsar en forma sostenida el crecimiento se queda atrás. Esto se explica porque el país no es atractivo a la inversión extranjera, y muy poco a la inversión nacional. La falta de mano de obra calificada, la inseguridad jurídica, la violencia, la ingobernabilidad son factores que desincentivan la inversión.
La pregunta que contestar es, entonces, ¿está el país en la dirección correcta? De acuerdo con recientes encuestas cerca de 86% de la población hondureña piensa que no. Un gobierno ilegal, ilegítimo y con credibilidad mínima, difícilmente conducirá al país por el rumbo correcto. El futuro promisorio que algunos miran, o quieren forzadamente ver, no está respaldado por las evidencias y por eso tienen que repetir, una y otra vez, promesas que llevan una década de incumplimiento.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas