Se venía venir

La violencia

Por: Víctor Meza

redacción@criterio.hn

Se venía venirTegucigalpa.-Se veía venir, aunque algunos creían que solo era un presagio pesimista, que no era posible, que era apenas un vaticinio catastrofista.

Estaban equivocados. En parte, porque no la conocían, apenas si la intuían, la habían leído en los textos de historia o visto en los filmes y documentales sobre otras épocas, tan gloriosas o fatídicas, pero siempre memorables. Tenían una visión registrada y, a veces, casi anquilosada de la violencia de antes, la de las grandes revoluciones europeas, la caída de los imperios, la convulsión de los sistemas de dominación colonial y metropolitana. Y, en parte, en segundo lugar, porque no la habían sufrido nunca, apenas si habían sentido el desangramiento vecino, el de los hermanos centroamericanos, pero no han visto jamás a los militares locales o foráneos despeinados por las balas del otro lado. Yo sí los he visto… y por eso escribo estas cosas.

Compatriotas: la voluntad casi demencial del gobernante por permanecer en el poder y aumentar su radio autoritario y despótico, nos está llevando a todos, a la sociedad entera, hacia un abismo de convulsión social permanente. Una situación semejante, señores del poder autoritario, comienza con manifestaciones esporádicas y dispersas de resistencia, generalmente violenta, pero concluye, esto es casi inevitable, en formas organizadas de resistencia armada y, con frecuencia, descontrolada. Son núcleos de resistencia que se organizan con alguna voluntad autónoma, que operan de acuerdo a las condiciones de su zona geográfica exclusiva, que dominan el territorio y, por lo mismo, tienen una ventaja táctica inesperada para las fuerzas represivas del Estado. Es la violencia organizada a nivel local, pero dispersa y descontrolada a nivel nacional. No pueden ni podrán con eso, señores. Entiéndanlo de una vez.

Este país está a punto de convertirse en un espacio geográfico y social inmanejable, lleno de ingobernabilidad, de conflictividad intensa, de convulsión y crisis casi permanentes. No habrá inversionista sensato que quiera depositar sus dineros en un país así. ¿Acaso creen que las tales Zonas Especiales de Desarrollo Económico y Social (ZEDEs) pueden realmente funcionar en un país caracterizado por la inestabilidad, el conflicto y la convulsión social? Ustedes saben que no.

Y si esto es así, ¿cuál es la razón que explica la conducta de las élites y los grupos fácticos para apoyar el fraude, validar la reelección y acuerpar el continuismo? ¿Qué clase de líderes tienen los empresarios locales, que no son capaces de ver el horizonte, el panorama hacia el cual nos lleva el actual gobernante? ¿Será tanto su miedo o cobardía, que nos les permiten adoptar una conducta digna y valiente?

Esas son las preguntas, los interrogantes. Mientras obtenemos las respuestas, la masa descabellada, sola, suelta, sin conducción como no sea la ira contenida, está ahí, en la calle, imponiendo sus reglas dispersas, su furia reservada, su ira y frustración por tantos años acumuladas… Es la masa social que se convierte en turba, ante la falta de una dirección coherente, que ni existe ni es posible ya, cuando la ira se apodera de la masa y amenaza con convertirla en tormenta desenfrenada.

De joven, en las manifestaciones contra la guerra del Vietnam en el Moscú de entonces, era, a mi manera, un chico feliz y emocionado. Me agradaba aquella violencia limitada que se reducía a la protesta y al pintarrajeo de unas cuantas paredes y vehículos, especialmente colocados por los funcionarios norteamericanos frente a su embajada, para luego filmarla y mostrar al mundo el “salvajismo” de los estudiantes extranjeros en la Unión Soviética. Luego, en las vacaciones de verano, marchaba a las granjas de Moldavia, cerca del mar Negro, para recoger de manera voluntaria las cajas de tomate que, al venderlo, producían algún ingreso monetario para apoyar el esfuerzo vietnamita, heroico y desigual, en la guerra contra lo sus invasores.

Nuestra violencia, por decirlo así, era controlada. Los milicianos rusos (soviéticos, entonces) se encargaban de ello. Nos golpeaban y controlaban, por ejemplo, frente a la embajada de la Checoeslovaquia invadida en agosto de 1968. Pero, ahora, ya no están, ni en la vida, ni en el recuerdo, menos en la conciencia. Ahora somos otros, somos los latinoamericanos del siglo XXI, los que nos comunicamos por las redes, los informados, los nuevos ciudadanos. Y esos, precisamente, somos los mismos que reclamamos el respeto a la voluntad electoral de los hondureños, al respeto al voto depositado, al respeto a la decisión de los electores….Es la condición para la futura paz social de Honduras.

  • Emy Padilla
    Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas

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