Por : Edmundo Orellana Mercado
Así denomina Octavio Paz la incongruencia entre la “realidad legal” y “la realidad real de la nación”.
El principal indicador es la relación entre Constitución y realidad.
En Honduras, la Constitución es la ley menos conocida. No se lee con entusiasmo en los niveles primario y secundario, no se estudia debidamente en
las Facultades de Derecho de las distintas universidades y, definitivamente, no se lee en las demás carreras universitarias.
Entre los profesionales del Derecho, es la ley menos estudiada, menos conocida y menos invocada en las peticiones de los procuradores o en las decisiones de los jueces. Sin embargo, es la que más reformas e interpretaciones ha sufrido. Son tantas, que es difícil reconocer en la vigente, la que originalmente aprobaron los constituyentes. Además, la frecuencia, premura y ligereza con que se aprueban esas reformas e interpretaciones, hace imposible una edición actualizada y confiable de la misma.
Si confrontamos nuestra “realidad constitucional” con la “realidad real de la nación”, debemos admitir que nuestro sistema es una “mentira constitucional”
Las reglas que regulan nuestro sistema político y democrático ya no responden a la realidad de la que deriva, supuestamente, su legitimación, por lo que están sometidas a una revisión profunda a través de las denominadas “reformas políticas”, que pretenden modernizar nuestro sistema político y democrático. Igualmente, el sistema económico consagrado en la misma no es el que apreciamos en las políticas gubernamentales ni en nuestra vida cotidiana.
La obsolescencia de la Constitución es manifiesta. La convicción de que la realidad ha rebasado el molde constitucional, está generalizada. Se comprueba en las políticas del gobierno, las acciones del Estado, así como en la percepción que de ella tienen todos los sectores. Resulta ilusorio, entonces, exigir el apego a la misma, si la mayoría no se siente obligada por ella. Esta incongruencia entre el deber ser y el ser, es una indiscutible manifestación de la discordancia entre nuestro “contrato social”, principio básico de la democracia, y el texto constitucional.
Para abandonar el sistema de “mentira constitucional” vigente en nuestro país, es imprescindible estatuir orgánicamente las nuevas reglas que permitan un equilibrio racional entre las tendencias modernas de la sociedad y los derechos fundamentales de las personas.
La revisión fragmentaria, dispersa y aislada de la Constitución, no puede ofrecer esas nuevas reglas orientadoras, porque no responde a una visión sistémica, basada en la unidad e integridad de la Constitución, y en su congruencia con los factores que impulsan la evolución de la sociedad. Para que nuestros procesos de evolución importen transformaciones consistentes y consecuentes con nuestras pretensiones, debemos crear el nuevo marco que les sirva de orientación.
Las constituciones anteriores a 1957 siempre previeron la reforma total de la Constitución. Siguiendo el modelo que impusieron los constituyentes en esta fecha, la vigente creó un sistema en el que la Constitución es una prisión, nosotros sus prisioneros y los legisladores sus carceleros. Pero la voluntad del pueblo no puede quedar atrapada en las rejas de una prisión constitucional.
La legitimidad de una Constitución desaparece cuando se constituye en un obstáculo para el desarrollo de la sociedad en la que rige. Quien le dio su legitimidad puede quitársela. Es el pueblo, en su condición de soberano, quien tiene el poder para remover ese obstáculo, pues nada ni nadie puede resistirse a su voluntad expresada libre, plena e inequívocamente.
Es ineludible, por tanto, comenzar a evaluar la conveniencia de la revisión total de la Constitución en el seno de una Asamblea Constituyente, de la que surja una nueva Carta Magna, con un renovado compromiso nacional de acatarla, despojada de la excesiva reglamentación de la actual, pero con reglas claras, uniformes y determinantes de nuestra identidad, de nuestro sistema político, de nuestra democracia, de nuestros derechos y libertades fundamentales y de nuestro sistema económico y social. Una Constitución que sea un reflejo constante de la “realidad real de la nación”.
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Me encanta desafiar el poder y escudriñar lo oculto para encender las luces en la oscuridad y mostrar la realidad. Desde ese escenario realizo el periodismo junto a un extraordinario equipo que conforma el medio de comunicación referente de Honduras para el mundo Ver todas las entradas
2 respuestas
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