El fin de la globalización tal como la conocemos

Por Dalia Marin

MÚNICH – En tanto la administración del presidente norteamericano, Donald Trump, se prepara para imponer “aranceles recíprocos” a los socios comerciales de Estados Unidos, está claro que las empresas ya no pueden asumir que sus modelos de negocios no se verán alterados por nuevas barreras comerciales -e incluso por una guerra comercial declarada-. ¿Podría ser este el último clavo en el ataúd de la globalización?

No es ningún secreto que la globalización lleva un tiempo en retroceso. Pero como mostramos con mis coautores en un nuevo documento, este proceso comenzó antes de lo que muchos creen, con la crisis financiera global (CFG) de 2008 como punto de inflexión. Entre 1990 y 2008 -llamémoslo el período de la hiperglobalización- el comercio, como porcentaje del PIB, aumentó, en promedio, más de un punto porcentual al año. Solo entre 2000 y 2007, el porcentaje del total de insumos que las economías avanzadas les compraron a los países en desarrollo prácticamente se triplicó. Pero después de la CFG, esta expansión terminó abruptamente, antes de revertirse en 2011, y el crecimiento global del comercio se ha estancado desde entonces.

La posible explicación de este cambio es relativamente sencilla: la CFG fue el primero de una larga serie de shocks negativos. En 2012, la eurozona se enfrentó a una crisis de deuda soberana. En 2016, el Reino Unido votó a favor de abandonar la Unión Europea. En 2018, la primera administración de Trump lanzó una campaña arancelaria contra los principales socios comerciales de Estados Unidos, especialmente China (que continuó bajo el mandato de Joe Biden). En 2020, comenzó la pandemia del COVID-19. En 2022, Rusia lanzó su invasión a gran escala de Ucrania. Y en 2024, Trump -el autoproclamado “hombre de los aranceles”- fue elegido para un segundo mandato.

Cuando la incertidumbre comercial es alta, también lo es el riesgo, y eso hace que las cadenas de valor globales sean costosas. Si las empresas temen que nuevos aranceles encarezcan las importaciones de insumos clave, o que nuevas barreras comerciales u otras alteraciones impidan que esos insumos lleguen, se preguntarán si sigue teniendo sentido comprar esos artículos a proveedores extranjeros. Con los rápidos avances tecnológicos que permiten la automatización de una gama cada vez mayor de tareas, es muy posible que lleguen a la conclusión de que no lo tiene.

En este caso, las empresas podrían “deslocalizar” la producción, ya sea aumentando su dependencia de los proveedores nacionales o trasladando la producción a la empresa (integración vertical). Hemos observado que una mayor incertidumbre en las economías en desarrollo provoca un aumento significativo de la proporción de insumos producidos en los países de altos ingresos -pero solo en las industrias altamente robotizadas-. En las industrias en las que la automatización está menos generalizada o es menos factible, el costo de la mano de obra local parece ser prohibitivo para muchas empresas.

También descubrimos que, al deslocalizar, las empresas tienden a favorecer la integración vertical frente a la dependencia de los proveedores nacionales, ya sea porque quieren ejercer el mayor control posible sobre sus cadenas de valor -otra protección contra la incertidumbre- o porque es demasiado costoso obtener insumos de nuevos proveedores. (Establecer relaciones con los proveedores suele implicar inversiones, incluida la provisión de conocimientos y tecnología). Las pequeñas y medianas empresas son especialmente propensas a tomar este camino, ya que por lo general carecen de las extensas redes multinacionales que podrían facilitarle a una empresa más grande la búsqueda de nuevos proveedores.

Si bien las empresas de los países de altos ingresos realizaban algún tipo de deslocalización antes de la CFG, la respuesta de la deslocalización ante la incertidumbre cuando menos se ha triplicado desde 2008. El contexto de bajas tasas de interés que prevaleció durante más de una década después de la CFG probablemente contribuyó a este cambio -junto con el aumento de la aversión al riesgo y los avances en las tecnologías de automatización- al hacer más atractiva la inversión en robots.

Por supuesto, la deslocalización no es la única respuesta posible a la incertidumbre. Los responsables de las políticas y los consultores recomiendan a menudo que las empresas que se enfrentan a riesgos geopolíticos, climáticos o comerciales refuercen la resistencia de las cadenas de suministro diversificando sus proveedores de insumos en distintos lugares, limitando así el impacto de las alteraciones en uno o más de ellos. Pero hay pocas pruebas de que las empresas sigan este consejo, sobre todo porque encontrar nuevos proveedores es muy costoso. Además, algunos tipos de producción están muy concentrados geográficamente. Por ejemplo, los minerales de tierras raras y las baterías para vehículos eléctricos se originan principalmente en China.

Otra estrategia para hacer frente a la incertidumbre es el “nearshoring” -es decir, la deslocalización de las cadenas de suministro a países cercanos, especialmente a países amigos (“friendshoring”)-. Sin embargo, hay pocos indicios de que las empresas estén adoptando esta estrategia. Por el contrario, en las industrias en las que la automatización es una opción, los países se han deslocalizado incluso de vecinos con los que es improbable que surjan barreras comerciales. Alemania es un ejemplo de ello: lejos de trasladar la producción a sus vecinos de Europa central y del este, donde los costos laborales son más bajos, ha trasladado la producción de esos países nuevamente a su propio territorio. Las empresas estadounidenses también han deslocalizado la producción desde México, aunque, una vez más, es esencial tener la opción de utilizar robots en lugar de mano de obra nacional cara.

Desde la CFG, el aumento de los riesgos económicos, geopolíticos y climáticos, junto con los avances en la automatización, han cambiado fundamentalmente los cálculos de las empresas en relación con las cadenas de valor globales, y la deslocalización se considera cada vez más costosa. Si bien las empresas tienen motivos para mantener parte de la producción en el extranjero -si no puede automatizarse en casa-, es probable que la tendencia a la deslocalización se acelere, impulsada entre otras cosas por la rápida escalada de la guerra comercial de Trump. Puede que la globalización no muera, pero nunca volverá a ser la misma.

Dalia Marin, profesora de Economía Internacional en la Escuela de Gestión de la Universidad Técnica de Múnich, es investigadora del Centro de Investigación de Política Económica y becaria no residente de Bruegel.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contenido a tu alcance

Periodismo de calidad en tus manos

Suscríbete y se parte de nuestro newsletter