Por: Elisabeth Reynolds
BOSTON – Más allá del alboroto causado por la andanada de pronunciamientos y órdenes ejecutivas de Donald Trump desde su regreso a la Casa Blanca, en lo referido a la estrategia industrial hay más continuidad con su predecesor Joe Biden que ruptura. De hecho, hoy existe un amplio consenso sobre la necesidad de reconstruir las capacidades industriales de Estados Unidos para proteger la seguridad nacional y económica, un proceso que ya ha comenzado en las áreas de semiconductores, minerales críticos, defensa y energía.
La inversión del sector privado (tal vez el indicador más importante del éxito de estas políticas) ha sido significativa: unos 450 000 millones de dólares en semiconductores y 95 000 millones en fabricación de tecnologías de energía limpia desde que en agosto de 2022 la administración Biden promulgó la Ley de CHIPS y Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación. Hasta ahora, el gobierno estadounidense ha movilizado entre 5 y 7 dólares de capital privado por cada dólar gastado a través de esta legislación. Las inversiones están ganando impulso, sea que para apoyarlas se apele a la zanahoria (subsidios) o al palo (aranceles).
Las primeras declaraciones de Trump sobre la reconstrucción de la industria fabril estadounidense apuntan a que se usarán ambas herramientas para estimular la inversión. Pero hay que señalar que los subsidios son más precisos que los aranceles, sobre todo si se tiene en cuenta que la aplicación de derechos de importación indiscriminados puede restar impulso a la economía al aumentar los costos (en particular los de bienes intermedios). Todavía no es seguro hasta qué punto Trump recurrirá a los aranceles. Lo que está claro es que, lo mismo que Biden, la política industrial formará parte de su agenda económica.
En el caso de la energía (el tema donde quizá haya más distancia entre ambas presidencias) es demasiado pronto para decir cómo se desarrollarán las políticas de Trump; lo único seguro es que habrá un aumento sustancial de la producción gaspetrolera. Anular los subsidios entraña problemas legales (el 84% de los otorgados conforme a la Ley de Reducción de la Inflación quedó convertido en obligación contractual antes de la asunción de Trump), y los créditos fiscales para la energía limpia resultaron muy apreciados (en particular en estados republicanos y pendulares). La administración Trump prefiere algunas de las fuentes de energía renovables (hidroeléctrica, nuclear, geotérmica) a otras (solar, eólica). Pero en vista de la insuficiente capacidad de la red estadounidense y de la demanda creciente de energía, la combinación energética del país dependerá de los aspectos económicos de las energías limpias a precios competitivos y de las preferencias de los consumidores.
Las aspiraciones de Trump en relación con la inteligencia artificial (de las que da muestra su apoyo a Stargate, un proyecto de infraestructura de IA con financiación privada) requerirán una ampliación de las fuentes de energía (incluidas las renovables) para satisfacer las demandas de los centros de datos y manufactureras. Las empresas tecnológicas ya se han dado cuenta. Basta pensar en la compra el año pasado por Microsoft de la central nuclear de Three Mile Island, y en el hecho de que en 2023 la energía eólica constituyó casi el 30% de la generación de energía en Texas, donde hay cada vez más centros de datos.
Otra inquietud creciente es la falta de capacidad naviera. La industria naviera comercial es casi inexistente en los Estados Unidos, y el país tiene un pésimo historial en el cumplimiento de presupuestos y plazos en el sector. Para reconstruir estas capacidades se necesitará una estrategia en varios frentes que incluya dar apoyo a startups innovadoras y colaborar con empresas extranjeras (como ya sucede en la industria de los semiconductores) para crear una industria nacional competitiva. No se logrará imponiendo aranceles a los buques chinos (que han dominado el sector en los últimos años).
Pero la administración Trump no debe detenerse allí. Para convertirse en líder mundial en industrias de frontera como la biomanufactura y la computación cuántica, Estados Unidos necesita personal formado en ingeniería y ciencia e inversión pública y privada en producción industrial. Es otro ámbito en el que Estados Unidos compite cabeza a cabeza con otros países, sobre todo China.
Se tardó un cuarto de siglo en construir las cadenas globales de suministro de las que depende la industria manufacturera estadounidense; no es posible ni deseable desmantelarlas o reconstruirlas de un día para el otro. La estrategia de reindustrialización de Estados Unidos debe centrarse en cambiar la forma de fabricar, mejorando la productividad, la sostenibilidad y la resiliencia. Eso implica incorporar redundancia y cadenas de suministro regionalizadas y trabajar con aliados y socios para alinear objetivos y políticas. También implica centrarse en la fabricación de productos que aprovechen la enorme capacidad de innovación estadounidense, de la que sirve de prueba el surgimiento de una nueva camada de startups manufactureras y socios de ecosistema en el país. Y ahora estas startups pueden aumentar su escala dentro del país, gracias a la digitalización, la automatización y el renovado interés que muestran el capital de riesgo y otros inversores privados en la producción industrial.
Para hacer realidad esta visión es necesario, en primer lugar, invertir en capacidades digitales, un componente básico de cualquier estrategia industrial exitosa. Menos de la mitad de las empresas fabriles estadounidenses usan software especializado o computación en la nube, y el país está muy por detrás de otros en la adopción de la robótica. Usar mejor los datos, la IA y nuevos sistemas de producción con robótica e impresión 3D mejoraría la productividad, la calidad, la seguridad y los rendimientos. La conectividad digital también aumenta la resiliencia de las cadenas de suministro y ayuda a reducir el consumo de energía, los residuos y las emisiones, mediante el seguimiento y la trazabilidad de los insumos y productos.
También será fundamental revitalizar la mano de obra del sector manufacturero. Es posible que en 2033 a Estados Unidos le falten casi dos millones de trabajadores fabriles. La mejor manera de evitarlo es mejorar la capacitación de los trabajadores actuales, lo que los volverá más productivos y atraerá una nueva generación al sector. Se puede hacer a la par de la digitalización, porque las empresas que adoptan tecnologías nuevas y avanzadas también invierten en capacitación.
Por supuesto, el sector manufacturero equivale a una pequeña parte del empleo estadounidense (menos del 10%, aunque con un gran efecto multiplicador), y la creación de puestos de trabajo nuevos será más lenta, en parte debido a la IA y la automatización. Pero estos empleos están vinculados a tecnologías e industrias que sostienen la prosperidad económica del país, y pueden ser puestos de alta calidad en términos de salarios y prestaciones, lo que es más importante para Estados Unidos que aumentar la cantidad de empleos.
Reconstruir la base industrial se ha convertido en un pilar central de la política económica estadounidense. El reto para Trump, como lo fue para Biden, es diseñar e implementar una estrategia industrial del siglo XXI que atraiga la inversión privada, anteponga la zanahoria al palo y finalmente cree un sector manufacturero capaz de competir en el mundo. Es una agenda que tanto republicanos como demócratas deberían apoyar.
Elisabeth Reynolds, profesora de prácticas en el MIT, integró el Consejo Económico Nacional como asistente especial presidencial para la industria y el desarrollo económico (2021‑22).
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