Fotografías y redacción de Horacio Lorca
Tegucigalpa. -Al realizar una visita de campo reafirmamos que los periodistas de Honduras nos enfrentamos a un riesgo permanente cuando hacemos coberturas sobre conflictos territoriales en los pueblos originarios. Nos encontramos con un escenario de guerra: las armas y la hostilidad de los guardias de seguridad privada, elementos de la Policía Nacional y hombres fuertemente armados. Esta es la historia:
Día 1
Jueves 17 de octubre, con más de doce horas de camino desde Tegucigalpa hasta Nueva Armenia, Jutiapa, departamento de Atlántida. Mis tres compañeros y yo, nos dirigimos a Barauda, una comunidad Garífuna en el caribe hondureño. Una semana atrás dos de ellos recibieron heridas de bala por la lucha que enfrentan en la recuperación de sus tierras.
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Son casi las siete de la noche, el sol ha muerto, y ya solo queda la pobre luz del auto, al timón Jorge Burgos, editor general de Criterio.hn, sí fuera el fin del mundo, y tuviéramos que ir a reportear, sin duda, Jorge sería mi ciega decisión para conducir. Un camino de tierra largo, oscuro y lodoso parece ser eterno. Cada vez nos sentimos más ansiosos, el lugar no es seguro, y un grupo de periodistas no son bienvenidos, a estas tierras de más de 15 mil manzanas de tierra sembradas de palma africana, muchas de estas expropiadas o compradas fraudulentamente a campesinos o indígenas.
Mi compañera Katerin Galo, llama a Mabel Robledo, la líder garífuna que nos recibirá, escucho su voz y puedo dimensionar la fuerza de su ser. “Sigan por la calle de tierra van a ver unas banderas de la Ofraneh (Organización Fraternal Negra Hondureña) y una barricada”, dice Mabel. Son las coordenadas del campamento recién instalado, dentro de las tierras que los garífunas están recuperando, que están siendo ocupadas por la empresa Palmas de Atlántida. A lo lejos se ven las banderas, me imagino que esa es la sensación de un marino cuando ve tierra. Llegamos, unos compañeros nos reciben en la entrada.
Al bajar del auto, todo está oscuro, pero la gigante piedra de miedo se cae de nuestras espaldas. A lo lejos se alcanza a ver la silueta de Mabel, una alfombra de luciérnagas le guía el camino hacia nosotros. “Mucho gusto, Mabel Robledo”, nos dice, con voz de guerrera mítica. Nos da un poco de contexto, sobre lo ocurrido una semana antes, cuando guardias de seguridad de la empresa Palmas de Atlántida, aliados con algunos policías les dispararon, las balas hirieron a dos de ellos, a tal punto que casi mueren en la balacera.
“No tenemos miedo, tenemos hambre”, expresa con seguridad la líder garífuna. La única luz que nos llega son unos escasos rayos de luna llena, que se filtran entre el alto ramaje de las palmas. No la puedo ver, pero la escucho, y su voz pesa.
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Alcanzo a tomar las fotografías que la poca luz me permite. Mabel, nos dirige al centro del campamento donde el resto de los garífunas guarda vigilia, “el problema no son los rebeldes, sino los problemas que crean a los rebeldes”, expresa, justo después, nos presenta a Cayoya, una avanzada anciana, que con gran esfuerzo se pone de pie para darnos la mano, “aquí estamos para defender nuestras tierras”, nos dice, mientras Mabel nos continua presentando a otras personas en el campamento y nos invita a sentarnos en unas bancas de madera de palma que ellos mismos han derribado en señal de recuperación de la tierra. Nos señala con la mano el lugar donde ocurrió el ataque y la lluvia de balas que duró 45 segundos.
“La presencia de la policía no nos da seguridad”, asegura, mientras se pone de pie y la vacilante luz revela sus largas rastas. “Yo no les tengo miedo, porque cuando estoy frente a ellos, siento que mis ancestros me cuidan”, concluye. Un fuerte viento nos atropella. Ella nos dice que mañana a las diez de la mañana llegarán a ese lugar altos representantes del Gobierno para buscar soluciones al conflicto. Nos despedimos a oscuras, para regresar mañana a esa reunión.
Son las nueve de la noche y nos adentramos nuevamente al aterrador camino, yo voy en la parte de atrás del auto, viendo permanentemente atrás, la luz de una motocicleta nos persigue a una distancia prudente, no hay ninguna farola, ni personas en este camino, se ven casas, pero parece que las personas están escondidas. Veo el rostro de mis compañeros, fingimos tranquilidad; un mal disfraz del miedo que nos gobierna. Justo antes de terminar el camino de unos 30 minutos, la motocicleta se disipa en la negrura de la noche.
Llegamos al hotel, a la orilla de la carretera, otro suspiro de alivio, Así termina este día, seguro mañana será más tranquilo.
Día 2
Son las nueve de la mañana, es un día nublado con fina llovizna, vamos de nuevo al campamento garífuna “Barauda”, como ellos lo han bautizado. Barauda es la esposa de Satuyé, los ancestros que encabezaron la resistencia garífuna en la isla de San Vicente, donde fueron llevados como esclavos desde África, después fueron expulsados de la isla, y finalmente llegaron al Caribe hondureño.
Bajo el sol, el camino largo y lineal, no parece ser tan peligroso, hay palma africana en todas direcciones, hasta donde los ojos alcancen a ver y aún más allá. El monocultivo de esta planta ha dañado el suelo, ha secado quebradas, ríos y otras fuentes de agua.
Llegamos y Mabel nos recibe con su gran energía que contagia. Ahora si la puedo ver; su rostro es liso y negro brillante, como una piedra de río, su cuerpo fino, como un metal afilado que corta el mismo viento. Veo con claridad todo el campamento; unas 200 personas preparan la faena diaria, hay champas construidas con madera y ramas de palma, de las cuales sale humo de cocina, los garífunas han derribado estas palmas y en su lugar han sembrado caoba.
Rápidamente preparamos el equipo para entrevistarla. En menos de dos minutos armo mis cámaras y las acomodo a mi cintura. Comienza la entrevista y muchas cosas pasan alrededor, todo es perfectamente fotografiable, el viento es fuerte, pero, aunque me mueva, no me detiene. Me muevo por el centro del campamento, como deseo que mis ojos capturen todo lo que veo. La adrenalina me hace trabajar rápido, porque no sé sí podré regresar a este lugar. Las cosas y situaciones parecen venir a mi cámara.
Bajo una gran cabaña techada con láminas de aluminio, se prepara la mesa principal, donde se sentarán los representas del Estado. Regreso al lugar de la entrevista, mi compañera Katerin, que dirige la entrevista está casi empapada, sus tenis Converse blancos, están llenos de lodo rojo, no se confundan con su fina apariencia, porque cuando toma la pluma y escribe, los corruptos tiemblan, sus letras son vidrios afilados.
Los invitados comienzan a llegar: el fiscal general adjunto del Ministerio Público, Marcio Cabañas Cadillo; el viceministro de Derechos Humanos, Héctor Longino Becerra, funcionarios de la Procuraduría General de la República y otros más. Pero no se ve que vengan en paz; tras y delante de ellos unos 25 policías y civiles fuertemente armados, se crea inmediatamente gran tensión y miedo entre los garífunas, algunos empuñan su machete, por si hay represión. Llegan al lugar de la reunión, Mabel los recibe no tan satisfecha.
Más carros de seguridad comienzan a llegar, es el viceministro de Seguridad, Hugo Suazo, que viene acompañado de más armas, como si vinieran a enfrentarse a un fuerte ejercito armado, el aire se calienta aún más y las alertas están al 100. Mabel se planta frente a ellos y con el peso de todo su pueblo, le pide al viceministro que retire las armas, que aquí no hay ni un garífuna armado (el machete es su único acompañante, pero no es un arma, es una herramienta de trabajo diario).
El viceministro no toma a bien la petición, Mabel insiste y se justifica remarcando el hecho ocurrido recientemente. Veo a Mabel, sin miedo, en medio de hombres con fusiles, entonces recuerdo lo que nos dijo ayer: “mis ancestros me cuidan”, ahora comprendo de donde viene toda esa fuerza, a esta mujer no le tiembla la voz, ni el cuerpo ni la mirada. “Que se retiren los machetes primero”, dice el viceministro, y con voz de mando, Mabel ordena a los suyos que se retiren, los machetes se van, el viceministro retira solo a los civiles armados.
Así comenzó el diálogo, Mabel tiene bajo su hombro una carpeta con un legajo de documentos que demuestran la legalidad y legitimidad de las más de 200 manzanas de tierras que les pertenecen, “no somos ningunos invasores”, le dice a los policías y funcionarios, tras de ella, está su pueblo que la respalda. Los civiles armados simularon irse, regresan al lugar, me ven, yo los veo, tienen un fusil R15 cruzado y una 9mm en la cintura, pero yo también estoy armado; en mi cintura y al alcance de mi mano izquierda, tengo mi cámara Canon Mark II con un lente 70-200 mm y en mi mano derecha, una Canon RP, lista para disparar cinco fotografías por segundo.
Los cielos dejan caer toda la lluvia que tienen, las gotas no tienen clemencia cuando impactan el techo de aluminio, el estruendo hace que las personas se junten más para escuchar a Mabel, para ella la lluvia no es competencia, porque cuando habla los cielos truenan, los cerros tiemblan y la muchedumbre calla. Intento ubicar a mis compañeros, a lo lejos veo a Cana, postproductor de Criterio.hn, con trípode al hombro como si fuera una bazuca, filmando todos los detalles, para luego hacer magia en la computadora y mostrar en video este acontecimiento. Del otro lado, veo a Jorge, hablando con algunos líderes comunitarios, haciendo ese trabajo de fondo, ese que no figura en la nota, creando relaciones de confianza y empatía en la comunidad, fundamentales para hacer periodismo de campo.
El viceministro se compromete a contener la represión por parte de la Policía Nacional, el Ministerio Público a investigar lo ocurrido y a la empresa de seguridad que ha intimidado y disparado y los demás entes del Estado a hacer su respectiva parte para solucionar el conflicto.
Así concluye la reunión, con grandes esperanzas en el pueblo garífuna, para recuperar en paz sus tierras, suponiendo que las autoridades cumplirán su palabra. En un acto fugaz, todos nos vamos, la lluvia me obliga a cubrir mis cámaras, no quería dejar el campamento, sí por mi fuera, seguiría allí, capturando toda la luz filtrada al alcance de mis cámaras.
Posdata: De poco o nada sirvieron las promesas del viceministro de Seguridad, Hugo Suazo, porque a los pocos días de nuestra visita al campamento, la comunidad fue víctima de otro ataque, supuestos guardias de seguridad de la empresa Palmas de Atlántida, entraron fuertemente armados con AK47, con el fin de desalojarlos, frente a elementos de la Policía Nacional que no reaccionaron ante el violento ataque, sino que fue Mabel Robledo y sus compañeros, quienes se armaron de valor nuevamente y, haciendo uso únicamente de su inagotable fuerza de voluntad, lograron sacarlos.
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Mi carta de presentación es mi obra, me comunico mejor con mis fotografías, porque las palabras son imprecisas. Deseo transmitir un mensaje, sin ninguna imposición o juicio. Mis fotos son una invitación a deconstruir y reconstruir la realidad, son gritos silenciosos que exponen injusticias en la sociedad. “El arte no es un espejo para retratar la realidad, sino un martillo para darle forma” - Bertolt Brecht Ver todas las entradas
Un comentario
Excelente reportaje. Deja claro la contradicción actual del gobierno de la resistencia y su poca defensa en la práctica de los movimientos sociales de resistencia en el país.
No comprendo la actitud poco conciliatoria y más bien de apoyo al militarismo del actual gobierno y sus funcionarios.
Estaremos ante el regreso de las tarántulas solo que ahora al revés, en una situación en la que las antiguas víctimas son las que se dedican a reprimir militarmente a las etnias originarias de Honduras?, sin garantizarles sus derechos?