César Eduardo Santos/Latinoamérica21
Numerosos acontecimientos han nutrido el debate sobre la crisis del orden liberal internacional y las democracias occidentales. El filósofo español José María Lasalle, por ejemplo, rastrea el origen de estas disquisiciones en tres hechos que han socavado, progresivamente, la confianza global en los valores e instituciones preponderantes tras el fin de la Guerra Fría (El liberalismo herido, 2021). Los atentados terroristas del 9/11, la crisis financiera de 2008 y los ataques al Capitolio estadounidense en 2021 desacreditaron en diversos ámbitos, según Lasalle, los fundamentos del proyecto liberal: igualdad ante la ley, libre mercado y democracia representativa, respectivamente.
Es evidente que nuestro siglo ha refutado tozudamente la profecía fukuyámica del fin de la historia. Además de los acontecimientos referidos por Lasalle, endógenos todos al orden liberal internacional, podemos señalar algunos otros de carácter exógeno. Estos evidencian incluso más claramente los errores de Fukuyama al imaginar un mundo unipolar o despolarizado, en donde la democracia liberal se estableciera como modelo global de toma de decisiones y organización social. Prueba de ello ha sido el ascenso de un cúmulo de países que buscan disputar a Occidente la hegemonía en el sistema-mundo, proponiendo en su lugar alternativas de sociedad poco comprometidas con los derechos humanos y la democracia.
Estos países, hoy articulados en espacios como los BRICS, han adoptado diferentes narrativas para justificar su desdén por valores e instituciones como la pluralidad, la tolerancia y la separación de poderes. Entre tales narrativas destaca la defensa del mundo multipolar como reconocimiento de la emergencia, en los planos geopolítico y geoeconómico, de las naciones del Sur Global, cuya diversidad histórica, cultural e ideológica rechazaría cualquier imposición advenida desde el Norte. En este sentido, los entusiastas del mundo multipolar reclaman la existencia de formas de democracia diferentes al modelo occidental, como diría Chantal Mouffe, supuestamente más legítimas para hacer valer la voluntad popular —pese a la inexistencia de tribunales autónomos, oposición política real o instituciones electorales independientes, como sucede en la “Democracia Soberana” rusa.
¿Reducir la complejidad?
Es un hecho insoslayable que el Sur Global atiende a una realidad geopolítica en aumento, representada por un cúmulo de naciones con pasado colonial, otrora dependientes del Norte y frágilmente integradas al orden internacional de protagonismo euroatlántico. También resulta incontestable que, debido a sus patrones económicos y demográficos, muchos de estos países tienen un peso cada vez más importante en las dinámicas mundiales y regionales, desde Asia-Pacífico hasta Medio Oriente y América Latina. De esto no se sigue, sin embargo, que pueda agrupárseles, bajo consideraciones ideológicas, a la manera de un bloque homogéneo, orientado a cuestionar “el orden liberal democrático, a escala social, nacional y mundial”, como menciona el profesor Armando Chaguaceda (Sur global y surglobalismo, 2023).
Un artículo reciente de Latinoamérica 21, escrito por el académico Alberto Maresca, parece asumir esa perspectiva surglobalista. Según Maresca, es natural que la agencia creciente de los países del Sur Global desplace a la democracia liberal como prioridad. De igual modo, para nuestro autor, el Sur Global constituye a la vez una realidad y una utopía, gracias a la que diferentes naciones pueden obtener “resultados positivos” en materia financiera y de infraestructura; forjar “un ámbito horizontal de relaciones internacionales”; y “reducir la dependencia del dólar estadounidense”, lejos de cualquier intento por constituir nuevas “estrategias militares al estilo de la OTAN”.
De acuerdo con Maresca, es un error criticar al Sur Global por su diversidad inherente. No obstante, desde mi punto de vista, asumir el carácter heterogéneo del Sur Global —o los “sures globales”, como diría Chaguaceda— resulta útil a fin de desmontar los mitos en torno a este grupo de países y sus muy variadas relaciones. En primer lugar, las naciones en cuestión, de acuerdo con los indicadores establecidos, no comparten niveles iguales de ingreso o desarrollo humano, incluso dentro de una misma región, hecho que abre la puerta a interacciones asimétricas y potencialmente dependientes.
En segundo lugar, no todos los países del Sur Global rechazan el “consenso unánime” occidental que Maresca critica, esencialmente fundado en la democracia liberal y los derechos humanos. En América Latina es bien conocido el compromiso de los gobiernos de Uruguay y Chile con estos valores, reflejados en sus respectivas posiciones sobre acontecimientos como la invasión rusa de Ucrania o, más recientemente, el fraude electoral perpetrado por el chavismo en Venezuela. En el sudeste asiático, países como Singapur y Filipinas también han condenado la “operación militar especial” de Rusia, así como los ataques terroristas de Hamás en Israel durante el pasado 7 de octubre (Southeast Asia and the Global South: rhetoric vs reality, 2024).
En tercer lugar, es difícil sostener que los países del Sur Global mantienen entre sí “relaciones amistosas” —como alardea la política exterior china, incluso cuando coexisten en espacios multilaterales más o menos institucionalizados—. Al lado de Rusia, China e India son dos de los campeones del Sur Global y de los BRICS. Pese a ello, los dos países sostienen una disputa de larga data por los territorios fronterizos de Aksai Chin, la cual ya ha dejado tras de sí algunos enfrentamientos violentos entre fuerzas militares. La competencia por la hegemonía en el océano Índico también ha despertado algunas batallas diplomáticas entre Pekín y Nueva Delhi, quienes buscan aumentar su respectiva influencia en Maldivas. Una asociación pacífica, estable y duradera entre las potencias del Sur Global parece, pues, improbable frente a acontecimientos de esta naturaleza.
Desmontando mitos
Preguntémonos ahora, con base en lo desarrollado, si es verdad que potencias no occidentales como Rusia, China e Irán representan una oportunidad para que otros países del Sur Global obtengan diversos beneficios. Para el caso de América Latina, Irán es un socio comercial apenas significativo. De acuerdo con los datos más recientes del Banco Mundial, el valor de las exportaciones latinoamericanas hacia la República Islámica ascendió, en 2021, a poco más de 3.000 millones de dólares. Esta cantidad representa menos del 1% del total de las exportaciones regionales hacia mercados como el de Estados Unidos, según los mismos datos.
En términos económicos, Rusia también es un actor tangencial para América Latina. De acuerdo con un informe de la CEPAL, entre 2007 y 2021 la Federación Rusa apenas figuraba como país de origen de Inversión Extranjera Directa para el caso de Guatemala (Foreign Direct Investment in Latin America and the Caribbean, 2022). De igual forma, los casi 6.000 millones de dólares de las exportaciones latinoamericanas hacia Moscú se encuentran todavía muy lejos de competir con los flujos comerciales que para la región representan Estados Unidos, China, Alemania, Corea del Sur o Japón, según el Banco Mundial.
Por otra parte, la República Popular China (RPC) se ha convertido en uno de los socios comerciales más importantes para América Latina. De acuerdo con datos oficiales, en naciones del Cono Sur como Brasil y Argentina, el gigante asiático ya supera las importaciones y exportaciones de Estados Unidos, posicionándose como el principal socio comercial. No obstante, las relaciones de este tipo entre China y Latinoamérica resultan problemáticas por al menos dos razones. En primer lugar, porque las balanzas comerciales de los países de la región reportan enormes déficits a favor de Pekín. El caso más reciente es el de México, quien tiene un saldo negativo de 108.000 millones de dólares en sus intercambios con la RPC. Debido a ello, el ministro de finanzas mexicano expresó en días pasados: “China nos vende, pero no nos compra, y ese no es un comercio recíproco”.
Asimismo, las relaciones comerciales entre China y algunos de sus socios no occidentales recuerdan más bien a un intercambio Norte-Sur —si se quiere, Centro-Periferia— que a un vínculo horizontal “Sur-Sur”. En América Latina, los intereses comerciales del gigante asiático parecen ser esencialmente extractivistas, lejos de promover la “prosperidad compartida” que el Partido Comunista Chino celebra en su discurso. Nuevamente, estadísticas del Banco Mundial o de centros de investigación como la Red ALC-China muestran que la RPC tiene un gran interés en los recursos naturales latinoamericanos, particularmente en el sector minero, el cual se ha convertido en uno de sus principales proveedores de cobre, hierro y, más recientemente, litio.
En otro orden de cosas, sería impreciso decir que países del Sur Global como China, Rusia, Irán y, sumemos ahora, Corea del Norte, no buscan la configuración de alianzas militares antioccidentales. La OTSC representa un claro ejemplo de organización defensiva paralela a la OTAN, encabezada por Rusia y sus aliados euroasiáticos. A diferencia del organismo atlántico, no obstante, la OTSC aspira a aumentar la influencia del Kremlin en los alineamientos y decisiones de los países que la integran. Tampoco pueden ignorarse, por otro lado, las alianzas informales que estas naciones sostienen entre ellas mismas y con otros socios del Sur Global. Así, la “amistad sin límites” entre China y Rusia manifestó recientemente su potencial bélico, al desarrollar ejercicios militares conjuntos en el marco de la iniciativa Joint-Sea 2024.
Es bien conocido, además, el apoyo armamentístico que Irán, China y Corea del Norte han prestado a Rusia para sostener su agresión injustificada a Kyiv. Drones iraníes, así como misiles y municiones norcoreanas, han servido para derribar objetivos ucranianos, mientras que la tecnología china de doble propósito sigue alimentando el complejo industrial-militar del Kremlin. América Latina también es escenario de estas prácticas. En días pasados, una flota de buques rusos y un submarino de propulsión nuclear arribaron a Cuba, realizando en su viaje por el Atlántico ejercicios militares. Asimismo, Venezuela recibió en julio al buque Almirante Gorshkov de la Armada rusa con el fin de “profundizar la cooperación técnico-militar” entre los dos países.
Estos acontecimientos reflejan la heterogeneidad del Sur Global y plantean dudas sobre el lugar de China, Rusia e Irán en él. Mientras este grupo de países siga reforzando mutuamente sus objetivos militares y establezca relaciones asimétricas con otras naciones, ¿no sería, acaso, más conveniente integrarlo en una especie de “Norte autocrático”, distinto del Norte occidental de vocación democrática? La estrategia global de estos actores reclama un esfuerzo intelectual para pensar nuevos conceptos y ajustar los existentes a un mundo en devenir acelerado. Asimismo, abre la posibilidad de concebir al Sur Global como una realidad no precisamente ajena a los valores occidentales. Como en alguna ocasión expresó Tulasi Srinivas, las discusiones sobre “modernidades alternativas” no deberían conducir a fundamentalismos ni particularismos, sino aceptar que “pueden existir otras alternativas democráticas y plurales” (“A Tryst With Destiny”: The Indian Case of Cultural Globalization, 2002).
César Eduardo Santos es Licenciado en filosofía y maestrante en Ciencias Sociales por la Universidad Veracruzana (México). Investigador en Gobierno y Análisis Político A.C.
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