Lo nuevo es la desesperanza: la promesa de cambio del siglo XX quedó muy atrás

Luis Pásara/Latinoamérica21
1959 fue un año que se inició marcado por la revolución cubana. Washington sintió el
golpazo y en 1961 John Kennedy lanzó la Alianza para el Progreso como alternativa
destinada a competir con el comunismo tropical que pregonaba la lucha armada como
“partera de la historia”, tal como había proclamado don Carlos. En una y otra vía el
cambio social era el objetivo, y su necesidad quedaba fuera de duda. La aceptación de la
necesidad de una transformación social presidió los años que siguieron.

El siglo XXI ha dado a luz a otro panorama en América Latina. Es uno en el que el
cambio de nuestras sociedades no solo ha salido de la agenda sino que ni siquiera es
materia de atención y debate. El progreso de todos ha sido reemplazado por el de cada
uno, vestido de un “emprendedurismo” que se nos propone como camino del logro
personal al costo que sea —crudamente, esto quiere decir llevándose por delante a quien
haga falta y sin escrúpulos— o planteado abiertamente como salida del país, rumbo al
norte, a fin de encontrar entornos más propicios a las aspiraciones de cada quien, que no
más son percibidas como las de los otros.

En eso estamos. La sustitución de objetivos comunes por la de objetivos individuales o
familiares ha sido impulsada por varios factores. El primero es el fracaso de los intentos
de transformación social iniciados décadas atrás. Las guerrillas fueron aplastadas
sangrientamente y no dejaron herederos, ni siquiera huellas o recuerdos. Quienes
llegaron al gobierno con programas reformistas los abandonaron pronto. Las varias
formas de “promoción popular”, generalmente financiadas por fuentes de cooperación
internacional, se limitaron a apoyar a algunos grupos sociales por periodos que
terminaron cuando se acabó el dinero; en el mejor de los casos, los logros de esos
esfuerzos fueron similares a los del asistencialismo prestado por las señoras pudientes y
piadosas. Tampoco han dejado huella.

El segundo factor ha sido la prédica neoliberal —que debiéramos llamar
neoconservadora— que ha inculcado una suerte de nuevo evangelio: tu futuro depende
solo de ti; no esperes a progresar con los demás, esfuérzate por tu cuenta y lo demás
vendrá por añadidura.
El estrechamiento o cierre de los canales de ascenso social para las mayorías y la
capacidad de atracción de la propuesta de “salvación individual” han redefinido el
panorama. El pesimismo acerca del futuro del país ha arrinconado cualquier optimismo
en la esquina de aquello que cada uno pueda alcanzar. Las encuestas muestran esas
tendencias. Y en los intercambios personales se ilustra aquello que hoy en día es “lo
nuevo” en la región.

El marco de los narcos

Convengamos en que hay más elementos que hace unas cuantas décadas fueron nuevos
y actualmente se encuentran normalizados. Probablemente el más importante sea el
narcotráfico, que nos sorprendió cuando sus primeras noticias estaban centradas en
Colombia. Pero luego, no siempre llamando demasiado la atención, el fenómeno se
extendió a países productores de materia prima como Perú y Bolivia, y a continuación a
los países de tránsito —todo Centroamérica y México, pero también Brasil, Argentina y
Chile— para degradar sus sociedades y carcomer a sus Estados mediante la corrupción.

En una fase anterior, el narcotráfico pagaba los servicios necesarios con dólares
provenientes de los mercados en los que colocaba la droga: primero Estados Unidos y
luego Europa. Pero la persecución internacional complicó las transferencias de billetes
verdes; de modo que se pasó a la etapa actual, en la que esos servicios locales se pagan
con droga. Para hacer efectivos los pagos, quienes trabajan con las grandes redes
internacionales del tráfico han activado un mercado interno de consumo de droga que
afecta principalmente a los jóvenes. Como sabemos, en las puertas de colegios se regala
droga para crear consumidores. El asunto de la adicción ha pasado a ser un problema de
salud pública.

Para “los emprendedores”, el narcotráfico ha creado una amplia oferta de ocupaciones
que ofrecen el éxito instantáneo. Los peldaños más bajos del escalafón son “las mulas”
—también llamados burriers— que los traficantes sacrifican cuando hace falta,
delatándolos a “agentes cumplidores del deber” que a cambio dejan pasar verdaderos
cargamentos. Los infelices terminan como carne de prisión y el sistema de justicia
dictará para ellos “sentencias ejemplares”. Mientras tanto, en los escalones más altos se
hace carrera y sus ocupantes despliegan niveles de consumo de escándalo. Que en
realidad no escandalizan sino que provocan envidia, aunque algunos de sus personajes
acaben la fiesta en un “ajuste de cuentas”.
Mientras estos procesos se desarrollan y se extienden hasta crear “zonas liberadas” —no
por la lucha armada sino por la actuación impune del delito—, la desigualdad ha dejado
de figurar en la agenda de los partidos políticos, el incremento de impuestos —cuando
menos hasta el nivel que se pagan en los países del Norte— es considerado
“expropiatorio” por los neoconservadores y el aparato del Estado es cada vez más débil
y corrupto; reducido a mínimos, desatiende la educación pública y la atención de la
salud.

¿Dónde está la salida?
Hace muchos años, en medio de una de las crisis que cíclicamente padece Argentina,
hice esta pregunta a un taxista en Buenos Aires. “En Ezeiza”, me contestó sin asomo de
broma, refiriéndose al principal aeropuerto de la capital argentina. En esa época
resultaba una buena agudeza; hoy largarse de su país es para muchos “la salida”. A la
mayoría de ellos no les importa qué harán; asumen que desde cualquier ocupación
tendrán mejores oportunidades que en su país, donde casi todos los caminos parecen
haberse cerrado.

La de dejar el país es la opción creciente que adoptan, sobre todo, los más jóvenes. En el
caso del Perú —que aun en el contexto latinoamericano aparece, quizá como
Guatemala, como un paciente con pronóstico reservado, para el que no hay tratamiento
conocido—, los emigrantes se han cuadruplicado luego de la pandemia. No hay
estadísticas fiables que respalden lo que sabemos por mil historias; como viene
ocurriendo con los salvadoreños desde hace mucho, todo peruano parece tener en el
extranjero uno o más parientes, uno o más amigos.
Países latinoamericanos que hasta hace relativamente poco parecían tener modos de
vida asentados y un Estado con cierta fortaleza se deslizan hoy por la pendiente. Chile
nos sorprendió hace pocos años con una explosión social que hasta ahora no ha
producido nada sano. Y Ecuador nos ha pasmado recién con la irrupción en escena de
actores que, dedicados al negocio de la droga, habían permanecido tras bambalinas y
ahora reclaman la posición de actores principales.
En la mayor parte de América Latina es la hora del sálvese-quien-pueda. Ese proceso es
alimentado actualmente por la desesperanza, que proviene de comprobar la magnitud de
problemas para los que nadie atina a proponer soluciones viables.

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Un comentario

  1. Mijo, por qué mejor no propones tu algo al respecto y te unes a los que en vez de describir negativamente la situación, nos esforzamos por parir soluciones que sean un legado heredero?
    Saludos de esperanza renovada y positiva!!!

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