Por: Irma Becerra
El libro, “La América Encubierta (1492-1992)”, fue escrito en el año 1992 en ocasión de recordarse los 500 años del llamado “descubrimiento de América” por España, y fue reeditado en el año 2006 con un prólogo a la segunda edición. Durante la primera edición yo me encontraba en Alemania realizando mis estudios de Doctorado, y viendo en la sección de Cultura Hispánica de la Universidad de Münster las lujosas ediciones que estaban llegando a su biblioteca en torno a dicha fecha, decidí escribir este libro utilizando la bibliografía que tenía a mi disposición, y que, como puede leerse en el texto, esta bibliografía encierra una variedad de opiniones contrapuestas en torno al “descubrimiento, la Conquista y la Colonización” del continente americano. Estas opiniones van desde una visión apologética de España como hacedora de una hazaña o epopeya sin precedentes, hasta unos autores, no necesariamente españoles, que presentan una visión crítica de dichos procesos históricos, políticos y culturales.
Debo decir previamente, que desde 1992 hasta la fecha, me he esforzado por crear una teoría de la historia que sea relacional comprensiva no de odio entre los individuos, pueblos, etnias, culturas y países, sino de acercamiento intercultural y plurilingüe para, de ese modo, “descubrir” los aportes que se encierran y están ocultos en las ideas, los pensamientos, los sentimientos, las vivencias, los testimonios históricos y, en fin, tratar de comprender y de entender los hechos y fenómenos que hacen posible la cultura en un país o en un continente.
Esa teoría relacional comprensiva de la historia se encuentra esbozada en germen en el libro La América Encubierta, especialmente en la sección de historia de España en la que se explican las causas históricas y sociales que llevaron a que fuera precisamente ese país el que se topase con el continente americano (págs. 17-53); y en la sección, La América Inventada, que aborda la actitud, aparentemente cobarde de los indígenas ante la violencia de los conquistadores, y sección en la que tratamos de comprender lo que realmente pudo haber pasado desde la cosmogonía indígena ante este desencuentro y choque entre fuerzas armadas y culturas desiguales (págs. 53-72).
Considero, igual que el médico español, Mario Alonso Puig, que “encuentro” no es estar necesariamente de acuerdo sino entender a la otra persona. Encuentro es, ante todo, comprender la historia y comprender al mundo, y por eso, podemos decir que aún no se realiza un verdadero encuentro de América Latina con Europa y Occidente, porque aún somos culturas muy incomprendidas, y, de hecho, en el sistema educativo español, igual que en el sistema educativo hondureño, no se aborda el tema de la resistencia indígena justificada desde 1492 hasta nuestros días, aunque sí podemos decir que ha habido muchos avances en la conciencia de los españoles en general en torno a enjuiciar y procesar su propia historia, sobre todo porque en España nunca hubo ni ha habido un movimiento de Ilustración de pensamiento Iluminista como sí hubo en Francia, Alemania e Italia en los siglos XVIII y XIX.
El término encubrimiento de América lo tomamos de las palabras del jesuita español Ignacio Ellacuría, asesinado en El Salvador junto a otros compañeros jesuitas, el 16 de noviembre de 1989 durante la guerra civil salvadoreña. Él había dicho: “Lo que se ha hecho hasta ahora, durante estos cinco siglos, es dominar pueblos, culturas, lenguas, religiones, etc. Por tanto, siendo consecuentes, a nuestro modo de ver, lo que corresponde hacer en el quinto centenario (y en todos los demás que puedan venir) es liberar” (Ellacuría, Quinto centenario de América Latina ¿Descubrimiento o encubrimiento?, 1989, pág. 272).
En este sentido, y siguiendo estas palabras, encubrimiento de la historia significa su ocultación, su dominación en desigualdad, represión, opresión e impunidad, así como su opacidad, anestesia u oscuridad por procesos de corrupción, traición a la patria, falta de identidad nacional y de diálogo, venta de los recursos naturales por políticos corruptos y cómplices locales y nacionales con el crimen organizado, el capitalismo neoliberal extractivista y el narcotráfico. Es por eso por lo que, desde el encubrimiento de América iniciado por España hasta nuestros días, continuado por Inglaterra, los Estados Unidos de América y los países industrializados, entre ellos Rusia y China, se ha perpetrado no solamente un genocidio de los indígenas americanos, sino además se realiza en la actualidad un etnocidio, un ecocidio y una usurpación de nuestras riquezas, nuestra naturaleza y madre Tierra.
Desde esta perspectiva, podemos definir el encubrimiento como el proceso de invasión, inhabilitación, opacidad, oculta-miento, debilitamiento, desvalorización y oscurecimiento de nuestra identidad cultural para poder hablar con voz propia en el concierto de las naciones del mundo. Y ese proceso de encubrimiento ha sido amenazante y negativo para los pueblos del llamado Tercer Mundo, con la complicidad de los políticos y empresarios locales, y, en fin, las élites locales y nacionales que poseen muy poco sentimiento de soberanía, conciencia e independencia nacional. Frente al proceso de encubrimiento he desarrollado el concepto de rectitud histórica que defino en el libro como: “la capacidad de toda la población latinoamericana, tanto civil como militar y en cualquiera de sus expresiones étnico-culturales, de plasmar su concepción del mundo sin inhibirse, cohibirse o acomplejarse ante las muestras de soberbia, superioridad, altivez o altanería de aquéllos que consideran que existen razas inferiores y que parten siempre desde la posición de la “raza” como concepto superior al de nacionalidad, ciudadanía o etnia-cultural para realizar el análisis histórico” (Pág. X del prólogo a la segunda edición, 2006).
Es preciso también agregar que del mal llamado “descubrimiento” realizado por la fuerza y de forma invasiva, cruel y violenta, ha surgido una cultura mixta, mestiza y encubierta, que ha heredado una violencia peculiar y un autodesprecio contra sí misma, a través, sobre todo del complejo de mestizo bastardo que lleva en sí el latinoamericano. Podemos decir, que la identidad cultural latinoamericana es contradictoria y conflictiva, llena de complejos de inferioridad y falta de autoestima y autoconciencia, pero también poseedora de una gran posibilidad de reflexión creativa acerca de lo que debe y puede ser la historia liberadora de los pueblos de todo el mundo. Desde América, el continente de la esperanza, se espera esa liberación mundial como revolución desde el principio de la utopía que no habla del fin de la historia sino de su comienzo como historia emancipada y libre.
Mario Alonso Puig ha señalado también que “las palabras cierran o abren mundos”. Creemos que tiene razón y si aplicamos esta cita a los conceptos de descubrimiento y encubrimiento en historia, veremos que el término “descubrimiento”, lejos de ser una conciliación comprensiva de los nuevos mundos, es despectivo y cerrado porque ese proceso histórico fue unilateral realizado como imposición totalitaria y absolutista sobre comunidades indígenas que no se podían defender. Además, dicho proceso se realizó con la bendición de “Dios” y de la “Corona Española”, haciendo de nuestros pueblos ni siquiera súbditos de la misma, sino vasallos, esclavos y suministradores de mano de obra barata.
A su vez, el término “encubrimiento” es un concepto abierto que denuncia el fenómeno de colocar un velo negro sobre los crímenes de lesa humanidad que se perpetraron en toda América, y acerca de los cuales España aún no pide perdón. De hecho, en junio del presente año, la reina Letizia de España ha viajado a comunidades mayas de Guatemala, donde la Cooperación Española enseña a los niños mayas la ideología de género, a ser “inclusivos” y aceptar que “hay muchas masculinidades”. No sabemos a qué se refieren los españoles con “muchas masculinidades”, pero la ideología de género no tiene nada que ver con la defensa legítima de los derechos de la mujer, sino que es un distractor más para mantenernos entretenidos con nuestros cuerpos y una sexualidad supuestamente reprimida, y no centrar la atención en nuestras mentes y cómo éstas son cooptadas por la sociedad industrial con sus nuevas ideologías de dominación hegemónicas.
Desde la anterior idea debemos recalcar que la historia descolonizada adquiere un sentido histórico especial, derivado de las propias vivencias de la colonización y neocolonización de nuestros territorios y la mitificación de nuestra historia. Ese sentido de la historia para los latinoamericanos es la verdad reconocida por la denuncia de los hechos injustos, así como su demitificación. Esto significa que el sentido histórico, así redefinido, es la presión popular pacífica pero enérgica y continua ante la represión violenta e injusta que producen los poderes fácticos. Como tal, el sentido histórico es redescubrimiento de la verdad en tanto producción histórica de los caminos encontrados de las gentes por transformar el mundo hacia mejor y crear conciencia de la existencia misma reconciliada consigo misma. Las personas encuentran su sentido en la vida transformada para mejorar sus condiciones materiales, ideales y culturales de vida. Se trata de un círculo virtuoso de creación de significado a lo que constituye el global proceso de interrelación y encadenamiento de interrelaciones por luchar y no sucumbir a los retos que esa misma vida nos impone. Y el encubrimiento es el reto de no continuar ni perpetuar hechos atroces en la historia de América y el resto del mundo.
Ahora bien, definamos el valor de la realidad y la historia para nuestro continente tan sufrido y encubierto con el velo de la muerte y la violencia. Primero, preguntémonos ¿qué hace la historia por nosotros? ¿A quién indaga e interpela la historia? ¿Acaso no es vida organizada oportunamente y a tiempo? La historia nos obliga a situarnos ante una circunstancia y un tiempo histórico para actuar y para reflexionar sobre todo lo que nos pasa y nos es cercano o lejano. La historia interpela a aquellos que serenamente anuncian y anhelan un mundo que sea para todos unido; que sea para todos dignificado en la memoria de sus mejores creaciones. La historia es siempre vida organizada oportunamente y a tiempo para interpelar. En este sentido, la historia no es algo muerto o transcurrido, sino que es producción y creación viva y activa de significados de proximidad y conocimiento entendidos como relaciones de autenticidad entre los hombres para y hacia el presente. La historia nos enseña el valor del mundo situado en una realidad sintiente y cognoscitiva de las mejores personas. Su logro colectivo en tanto producción individual de entendimiento e intercambio es lo que refleja dicho valor. La realidad vale, igual que los seres humanos que la producen humanizadamente, y vale por el amor que produce, evoca o provoca. Por eso, la historia nos devela que las mejores creaciones son hechos de comprensión para que el sentido de la vida sea verdadero y genere y produzca más verdad. La historia, si es humanista y humanizada, no paraliza, sino que nos ayuda a ser nosotros mismos en nuestro ser y no en nuestro ego. Por eso también y, además, la historia humanizada le pone alas al mundo porque implica un encuentro para escuchar al otro, para entender a las demás personas, para cooperar y colaborar a pesar de las diferencias, y no para rivalizar o crear rivalidades.
La historia no es invención o puro relato de sucesos pasados. Nunca constituye obra muerta, sino que es un contenido real y material de producciones y creaciones resueltas de la necesaria irreverencia que necesitan los fenómenos sociales para existir y trascender el pasado. La historia no es un conjunto de acontecimientos producto de la interpretación del investigador social que recién adquieren un significado a partir de dicha interpretación. Más bien, y, por el contrario, es el resultado de las vivencias testimoniales que restituyen la existencia humana a un nivel digno y respetado. La historia es el contenido objetivo de dignidad en respeto mutuo logrados en y desde un tiempo histórico. Como contenido y no únicamente forma mediada de lo histórico, la dignidad es una relación de creación edificadora de un bien material que puede observarse, realizarse y sentirse. No es, por tanto, “la invención construida por un mentiroso”. Constituye, de ese modo, una verdad que no se puede obviar ni ignorar, y que no prescribe en el devenir y el transcurrir del tiempo histórico. Como contenido, la dignidad es, pues, un proceso de educación que forma la identidad humana en toda su expresión como pensamiento dialogado e interés activo que protege el espíritu de las ideas y no solamente su instrumentalización irracional por el poder político o económico.
La historia es el mecanismo concreto a través del cual dicha manifestación de la dignidad objetivada y consciente que se mide desde la responsabilidad práctica puede adquirir una forma concreta, tal como demostramos en la sección La contradicción entre historia real e historia interpretada en el libro (págs.72-89). De ahí que, no obstante, ser la dignidad un proceso de acercamiento continuo a la perfección, se exprese de forma procesual en las condiciones materiales en las cuales las personas pueden darles valor a sus vidas. El contenido de la dignidad tiene lugar cuando la persona humana puede expresar que su vida ha valido la pena vivirla. En esta ausencia de este tipo de arrepentimiento la dignidad se eleva históricamente trascendiendo el presente y construyendo un futuro seguro y promisorio y, por lo tanto, la historia se convierte en algo para construir y no para destruir, y en ese sentido el encubrimiento también es una oportunidad para construir algo plenamente diferente y distinto: una historia propia con un nuevo Iluminismo del siglo XXI que ponga la atención en la espiritualidad del pensamiento y el conocimiento filosóficos y no en meras ideologías anti contestatarias.
La seguridad de que el futuro será materialmente de bienestar es lo que condiciona que el contenido de la dignidad pueda edificarse históricamente. La historia está, entonces, para generar seguridad en la medida en que las personas se sienten protegidas no por la simple autoridad institucional, que, puede, en casos de inconsciencia histórica ser muy negligente, sino por la presencia de una autoridad institucional que coopera comprensivamente con los anhelos de edificación del contenido de la dignidad en la historia. Es decir, una autoridad que no se deriva del simple ejercicio interesado del poder político, sino que deviene siempre protección y puede ser siempre protección del espíritu de la producción dialogada real humana de sentido hacia el respeto mutuo, y, por lo tanto, una autoridad que actúa y reflexiona siempre a través del compromiso con la verdad en tanto realización de la función de la historia de crear y lograr dignidad humana y al servicio de la protección de la naturaleza.
Ante lo anterior, debemos aclarar que la Resistencia Civil Organizada como Lucha contra el Encubrimiento desde esta América de la esperanza, no es negativa, ni está esbozada y concebida en términos negativos que signifiquen aguantar lo malo o lo dañino, tampoco significa arrogantemente querer ser más que el otro, sino en términos positivos y constructivos, implica un movimiento de autoconocimiento, formación de autoconciencia e identidad personal y colectiva, firmeza de carácter y coraje para tomar decisiones y hacer elecciones que no nos dañen ni dañen a los demás y, sobre todo, repetimos, para ser uno mismo desde el propio ser y no desde el ego. Comprender relacionalmente la historia es, pues, resistirse a ser subyugado, avasallado, humillado, oprimido, explotado y denigrado por los poderes del mundo, y desarrollar una fortaleza de ánimo y de pensamiento positivo para afrontar con resiliencia y firmeza las adversidades y los obstáculos que nos presenten la vida y la sociedad.
Debemos tener el valor de arriesgarnos y realizar todo nuestro potencial creador y de asociación, para unirnos como continente centrándonos en nuestros sueños en pos de un mejor presente y futuro, en vez de lamentarnos desde una interpretación negativa del pasado. Eso es comprender a América como conciencia, para utilizar la expresión del historiador mexicano, Leopoldo Zea, citado en el libro del que estamos hablando. América como conciencia, significa, ante todo, comprender el mundo actual y comprender la realidad que vivimos en toda su complejidad para buscar respuestas y soluciones pertinentes y necesarias que nos resuelvan nuestra condición de ser sociedades actualmente cerradas y opacas y nos encaminen hacia una evolución creadora y crítica de nuestras naciones por igual.
Podemos decir, para finalizar, que el sentido comprensivo de la historia a través de la vida vuelve necesario, que como latinoamericanos, nos reencontremos con España con la finalidad de auto descubrirnos mutuamente en condición de igualdad y de iguales, no de rivales; desde una posición de autoconciencia en la que sea la interculturalidad lo que predomine y el hecho real de que podemos aprender unos de otros, sin considerar a unos inferiores y superiores a otros, y más bien para reinventar y restaurar la historia desde fundamentos de democratización y humanización de todos sus contenidos y formas de manifestación. De lo contrario, el encubrimiento de América seguirá vigente y lo que toca mientras tanto es, pues, liberar y liberarnos.
BIBLIOGRAFÍA
BECERRA, IRMA. 2006. La América Encubierta (1492-1992). Tegucigalpa: Editorial Baktún. Segunda edición.
ELLACURÍA, IGNACIO. 1989. Quinto centenario de América Latina ¿Descubrimiento o encubrimiento? Transcripción del texto hablado de una ponencia tenida en el Centro Cristianismi i Justicia, Barcelona, 27 de enero de 1989. Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. El Salvador.
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Escritora y filósofa hondureña. Doctorada en filosofía por la Universidad de Münster, Alemania. Es directora de la Editorial Batkún, fundada por su padre, el escritor e historiador hondureño Longino Becerra. Su mas reciente libro “En defensa sublime de la mujer” Ver todas las entradas