Por: Pedro Morazán
La “Cumbre de la Paz en Ucrania”, que reunió a representantes de unos 92 países y 8 Organizaciones internacionales en Suiza durante dos días, finalizó el pasado 16 de junio con un comunicado conjunto firmado por 80 de los países allí presentes. A dicha Conferencia fueron invitadas más de 160 delegaciones, entre ellas jefes de Estado y de gobierno, organizaciones internacionales como la ONU y representantes religiosos.
Fue la Conferencia más grande que jamás haya tenido lugar en Suiza, país caracterizado por su neutralidad política y militar. Rusia no fue invitada. Volodomir Zelenskyj, el presidente ucraniano, justificó esta decisión por la falta de fiabilidad de las negociaciones anteriores. Como es bien sabido, las negociaciones entre Ucrania y Rusia fracasaron en Estambul en abril de 2022, dejando bloqueado el camino hacia la paz entre los dos países.
Por último, pero no menos importante, las exigencias máximas del presidente Vladimir Putin anunciadas poco antes de la cumbre ilustran la escaza disposición de Moscú a participar en negociaciones que impliquen concesiones de su parte. Desde la perspectiva rusa, se está estableciendo un contrapunto al plan de diez puntos del presidente ucraniano Zelensky. Esto se debe a que partes de este plan formaron el orden del día de la conferencia de Bürgenstock, organizada por la presidente suiza a petición de Kiev.
Los esfuerzos de Rusia por disuadir a otros países a participar no tuvieron el éxito esperado. Vladimir Putin dio a conocer sus exigencias maximalistas poco antes de la Cumbre, que no hacen más que confirmar que Moscú está muy poco interesado en llegar a un acuerdo. De hecho, nadie ignoraba, antes de la conferencia, la incompatibilidad de las posiciones de ambas partes. Por ello los objetivos del evento eran bastante modestos, pues no buscaban alcanzar un acuerdo de Paz. Según la declaración final, todo uso de la energía nuclear y de las instalaciones nucleares debe ser seguro, vigilado y respetuoso con el medio ambiente. Las instalaciones nucleares ucranianas tendrían que funcionar de forma segura bajo el control total de Ucrania y de conformidad con los principios del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y bajo su supervisión. Otra de las exigencias del documento firmado es que la seguridad alimentaria mundial no debe utilizarse de ningún modo como un arma de guerra. Por lo tanto, debe haber transporte comercial y acceso libre y seguro a los puertos marítimos de los mares Negro y Azov. La tercera exigencia a las partes contendientes es que todos los prisioneros de guerra tendrían que ser liberados mediante canje. Todos los niños ucranianos secuestrados y desplazados ilegalmente y todos los demás civiles ucranianos detenidos ilegalmente deben ser devueltos a Ucrania.
A pesar de que la declaración final tampoco condena explícitamente a Rusia por su ataque, algunos estados se negaron a firmarla. Entre los países que no firmaron se encuentran algunas de las potencias económicas emergentes del mundo: Brasil, México, Arabia Saudita, Sudáfrica, India e Indonesia. Estos países continúan manteniendo relaciones amistosas con Rusia. Armenia, Bahréin, Tailandia, Libia y los Emiratos Árabes Unidos, Colombia y el Vaticano tampoco suscribieron el documento final.
A pesar de haber devaluado previamente la Conferencia, poco antes del inicio de esta, Putin anunció sus condiciones para las negociaciones de paz: pidió la retirada total de las tropas ucranianas de las regiones de Kherson, Donetsk, Luhansk y Zaporizhia. En pocas palabras, Putin pedía al ejército ucraniano retirarse de territorio ucraniano. Al igual que Crimea, anexada desde 2014, esas cuatro regiones son consideradas territorio ruso por Putin, aunque hasta ahora las tropas rusas solo tienen un control parcial y poco estable de las mismas.
La foto final de la Conferencia debía enviar el mensaje de que Ucrania no está sola. En la misma semana de la Conferencia las potencias occidentales agrupadas en el G7 habían puesto en claro que la guerra no es más que la prolongación de la política por otros medios. En esa lógica acordaron un paquete de ayuda a Ucrania y un recrudecimiento de las sanciones contra Rusia. Al mismo tiempo se le envió un mensaje claro a China de que el suministro de recursos y tecnología militar a Rusia no está bien visto por sus principales socios comerciales y que tendrá que asumir las consecuencias de no cambiar de estrategia. Las cartas de la nueva baraja están pues tiradas sobre la mesa y la nueva ronda comienza con lo que podríamos llamar una escalación del conflicto.
En Latinoamérica solo Colombia, entre los cinco países más importantes del continente, declinó la invitación unas horas antes del evento. Una de las principales falacias narrativas utilizadas por Moscú para movilizar a sus simpatizantes contra la conferencia era que el mandato de Zelensky había expirado y que, por lo tanto, ya no era el presidente legítimo de Ucrania. Además, Putin afirmó que Rusia y Ucrania ya contaban con un acuerdo de paz en la primavera de 2022. Existe una persistente falacia narrativa de que Rusia, por entonces, estaba dispuesta a un alto el fuego y que Ucrania se negó.
Lo curioso es que los tres objetivos de dicha conferencia compaginan en gran medida con los formulados por Brasil y China en una propuesta conjunta consistente en seis puntos. La «pequeña diferencia» es que el texto reafirma “los principios de soberanía, independencia e integridad territorial de todos los estados, incluida Ucrania”. Esa es, de hecho, la diferencia más sustancial frente a la propuesta de China y Brasil que aceptan, tácitamente en su primer punto, el estatus quo de la invasión, sin condenarlo explícitamente. Algo que sí dejó claro la Conferencia es que la gran mayoría de los Estados condenan la guerra de agresión rusa y quieren la paz sobre la base de la Carta de las Naciones Unidas. A diferencia de las votaciones de la ONU, que ya habían llegado a este resultado, pero en las que sólo actúan los embajadores, en Suiza los presidentes subrayaron la condena con su presencia. En todo caso, dicha reunión podría ser descrita más como un pequeño paso en la dirección correcta y menos como un gran éxito para la paz.
La geopolítica y la crisis del orden liberal internacional
Quizas no sea descabellado ubicar a Ucrania en un contexto histórico. Hace ya más de 375 años en octubre de 1648 se firmó en las ciudades alemanas de Münster y Osnabrück lo que hoy se conoce como la “Paz de Westfalia”, que dio fin a la llamada Guerra de los Treinta Años. Dicha guerra se inició en Praga con una defenestración y se extendió como una enorme llamarada por toda Europa dejando tras suyo desolación y miseria en el “Viejo Continente”. La pérdida de población fue proporcionalmente mayor que en la Segunda Guerra Mundial y la devastación casi tan grande como en esta. La Paz de Westfalia en la que participaron 37 enviados extranjeros y 111 alemanes es, aún hoy, una de las referencias básicas del Derecho Internacional, pues sentó las bases del principio moderno de soberanía base de la paz entra las naciones.
La Paz de Westfalia en Münster, cuadro de Gerard ter Borch
Como bien se sabe, fue el nacionalismo alemán el que cuestionó, siglos después los principios de la Paz de Westfalia, pues consideraban que la Guerra de los Treinta Años había sido un crimen monstruoso perpetrado contra Alemania por potencias como Francia o Suecia. Para Hitler la Paz de Westfalia había impedido la unificación del Estado alemán y condenado al país a dos siglos de impotencia. Incluso, después de la Primera Guerra Mundial, en 1919, se establecieron paralelismos entre la Paz de Westfalia y las humillaciones de la Paz de Versalles. La ideología nacionalsocialista encontró una falacia narrativa para desatar la Segunda Guerra Mundial y con ella un proceso de ocupación territorial que violaba todos los principios de soberanía reconocidos como sagrados en los tratados de 1648.
Con la victoria de los Países Aliados dirigidos por la Unión Soviética y los Estados Unidos se puso fin a esa sangrienta guerra de Hitler y sus aliados fascistas y el derecho internacional revivió las conquistas de la Paz de Westfalia en un nuevo orden mundial surgido después de la Segunda Guerra Mundial con la creación de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Como bien se sabe dicho proceso no estaba exento de conflictos. A la Segunda Guerra Mundial le siguió la llamada “Guerra Fría”, que confrontaba al capitalismo con el socialismo real de corte ruso. Con la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), a la cual pertenecían repúblicas como Ucrania, los Países Bálticos y Georgia, entre otros, se inicia una nueva era de paz en Europa que se basaba precisamente en el reconocimiento de los límites fronterizos y la soberanía en el espíritu de la Paz de Westfalia.
Con los gobiernos de Gorbachov y Yeltsin surge un nuevo “pragmatismo” en la política exterior rusa. Entre las dos potencias nucleares se encontraba ahora una Europa desnuclearizada que abrazaba la idea de la economía de Mercado. Al igual que la Rusia de la Perestroika y la Glasnost el socialimo real, ya no era opción realizable. Por otro lado, ni existía, ni nunca existió una forma única de capitalismo. Y por ello el capitalismo ruso, surgido de la economía centralizada y de la dirección única de un Partido Comunista, fue un capitalismo oligárquico en el que los viejos funcionarios se convirtieron en los nuevos oligarcas en un país con un inmenso territorio pletórico de materias primas estratégicas como el gas y el petróleo. A nivel militar Rusia posee junto con los Estados Unidos, son los dos paises con mayor con el 90% de ojivas nucleares en sus arsenales militares. A nivel tecnológico, sin embargo, Rusia está muy por detrás de los países europeos. Rusia obtiene una puntuación superior a la media sólo en el porcentaje de población que utiliza Internet. La guerra con Ucrania ha estimulado un éxodo de experiencia tecnológica, creando potencial para una “fuga de cerebros” de profesionales tecnológicos y científicos en los años venideros. Con un Producto Interno Bruto que no supera al de Francia o Brasil, Rusia se ubica en el puesto número 11 del ranking mundial. Quizás esta discrepancia y un pasado lleno de conflictos convertían a Rusia en una amenaza latente para los países de Europa del Este (incluida Ucrania) que buscaban a toda costa revivir los principios de la Paz de Westfalia poco resaltantes durante la época del llamado “Socialismo Real”, en el que países como Checoeslovaquia o Hungria eran considerados “zona de influencia” de la Unión Soviética.
En medio de la “Guerra Fría” se había creado un formato que servió de base para un diálogo productivo. La Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE), que tuvo lugar en Helsinki en 1973 fue el inicio de un largo período de paz y cooperación que en su momento fue bautizado como «La coexistencia pacífica». Fueron tan positivos los avances de dicha Conferencia que después del derrumbe de la Unión Soviética, los Estados participantes decidieron transformarla en la llamada Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que logró plasmar un consenso histórico único con la Carta de París de 1990 y en el Documento de Budapest cuatro años más tarde. En 1994, Ucrania decidió renunciar a alrededor de 3.000 armas nucleares que quedaban en su territorio a cambio de seguridad y reconocimiento como país independiente. Hasta entonces Ucrania era la tercera potencia nuclear del mundo, después de Rusia y los Estados Unidos. En ambos documentos Rusia se comprometió, a cambio, a respetar la integridad territorial y la soberanía de las Repúblicas de la Ex – URSS y con ello la integridad territorial de la Republica de Ucrania miembro fundador de las Naciones Unidas en 1948.
El discurso de Vladimir Putin en la Conferencia anual sobre Seguridad en Múnich de 2007, marca la ruptura de este proceso: “Se está intentando transformar a la OSCE en un vulgar instrumento para garantizar los intereses de política exterior de uno u otro grupo de Estados frente a otros Estados”, afirmaba Putin en su discurso. Según él, el aparato burocrático de la OSCE quedó subordinado a una tarea consistente en imponer los intereses de la OTAN y de la Unión Europea, a costa de los intereses de Rusia. Para no pocos expertos, ese discurso era, en la práctica una nueva declaración de “guerra fría” contra los países occidentales. A partir de entonces se interrumpió un proceso bastante prometedor de acercamiento militar y político entre la Federación Rusa y los países de la Unión Europea. A pesar de ello los intercambios comerciales no solo se mantuvieron, sino que incluso de multiplicaron, especialmente con países como Alemania fuertemente dependientes de los suministros de gas y otros portadores de energía fósiles. El resto es conocido, en 2014 se produce la ocupación de Crimea y ocho años después la invasión de Ucrania en febrero de 2022.
Dichos acontecimientos y otros más en otros rincones del mundo, son un indicativo deq se está viviendo un retorno de la llamada geopolítica en las relaciones internacionales. La palabra geopolítica lleva en si implícita la palabra “geografía”. Para el caso concreto de Rusia existen por las menos dos debilidades geográficas muy importantes: 1. La ausencia de una barrera natural que la separe de Europa occidental de la parte europea del territorio ruso que termina en los Urales. Tanto las tropas de Napoleón como las de Hitler, lograron alcanzar Rusia pasando por llanuras planas sin problemas problemas mayores. Sus invasión solo pudo ser detenida por el gélido invierno ruso 2. Rusia no cuenta con un puerto importante que pueda ser utilizado durante los 365 días del año. Por eso Sebastopol, ubicado en la peninsula de Crimea tiene una enorme importancia económica y militar para resolver una parte del problema. Sin embargo, para salir del Mar Negro y poder entrar en el Mediterráneo Rusia depende de Turquía que tiene el control del estrecho del Bósforo. Tim Marshal muestra de manera muy convincente los enormes problemas que tiene Rusia para poder tener acceso al comercio marítimo mundial sin depender de las potencias occidentales. De hecho, la motivación principal de la invasión rusa a Afghanistan en los años 70 era lograr el acceso al puerto de Gwadar en Pakistan.
La ambivalencia de América Latina
A la hora de analizar el posicionamiento de América Latina en el conflicto entre Rusia y Ucrania es necesario tomar en cuenta algunas especificidades. A pesar de considerarse culturalmente parte del llamado “Occidente”, América Latina es tradicionalmente una región alejada de las conflagraciones armadas de gran calado. Además de ello, al contrario de Europa y Asia no cuenta con armas nucleares. Países como México o Brasil han orientado su política exterior, durante los duros años de la “Guerra Fría” al llamado “No Alineamiento” que no era otra cosa que renunciar a las Alianzas con las potencias en conflicto. Además de ello, América Latina se ha visto confrontada en varias ocasiones a la violación de la soberanía territorial por parte de las tropas del “Comando Sur” de los Estados Unidos que vieron a esta región, durante mucho tiempo, como su “patio trasero”. La guerra de las Malvinas, en la que los Estados Unidos tomaron partido por Gran Bretaña, mientras todos los países del continente, con excepción de Chile, se solidarizaron con Argentina, es quizás uno de los ejemplos más recientes de los dilemas del continente.
Ese dilema se puede resumir en el hecho de que, los países latinoamericanos se comprometen con el principio de inviolabilidad de la soberanía territorial, plasmada en la Carta de las Naciones Unidas. A pesar de las guerras del pasado en Latinoamerica, las diferencias territoriales aun existentes en el continente no han llevado a conflictos de mayor calado en la actualidad. En algunos casos, las disputas han logrado ser resueltas por mecanismos de arbitraje internacional. Por otro lado, el continente ve todavía con desconfianza el papel que han jugado los Estados Unidos, especialmente en los países centroamericanos y de El Caribe. Tomando en cuenta esta estas experiencias históricas resultaria comprensible la actitud de reserva de los países del subcontinente en torno a posibles alianzas con los Estados y el Reino Unido. Reducirlo todo a la famosa frase de “los enemigos de mi enemigo, son mis amigos” sería, sin embargo, una de esas “coherencias asociativas” que no podrían explicar todo el panorama.
Aparte de Cuba socialista, las relaciones de los países de la Región con la Federación Rusa han sido más bien muy pobres. Recién con el establecimiento de gobiernos de orientación izquierdista en algunos países del continente, se ha buscado un acercamiento mayor tanto con Rusia como con la República Popular China. El éxito del acercamiento con China fue casi inmediato especialmente al inicio del presente siglo cuando el crecimiento del gigante asiático demandaba las materias primas extraídas en el continente. Solo en los últimos 20 años -entre 2000 y 2020-, el comercio entre la región y China se multiplicó por 26, pasando de US$12.000 millones a US$310.000 millones, según cifras de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Los potenciales comerciales con la Federación Rusa son, de hecho, muy reducidos y casi no aportan beneficios mutuos.
En cuando a las relaciones comerciales con la Federación Rusa, las exportaciones de armamento ruso son quizás el rubro en el que más se ha acrecentado el intercambio comercial. Otros productos en los que Rusia se ha convertido en un importante proveedor son la metalurgia ferrosa, equipamiento energético, fertilizantes, helicópteros, productos químicos, plástico, caucho y maquinaria de construcción. Los fertilizantes son de suma importancia para productores agrícolas como Argentina y Brasil. La mantequilla, los salmones, el queso y frutas como la manzana, el plátano y la pera, que son producidos en lugares como Paraguay, Chile, Argentina, Ecuador, Brasil y Colombia, tienen a Rusia como uno de sus principales destinos. Sin embargo, las exportaciones a Rusia solo representan el 0.6 % de las exportaciones de la región. A manera de comparación valga decir que el 42 % de las exportaciones totales de América Latina están destinadas a los Estados Unidos y que México, Brasil, Chile, Colombia y Perú siguen siendo los principales proveedores. Esta cifra supera las exportaciones a China mientras que la Unión Europea atrae el 9 % de las exportaciones que solo en 2022 aumentaron en un 26 %, según cifras de la CEPAL. En conclusión, para la mayoría de los países latinoamericanos no existen razones comerciales que justifiquen el apoyo a la agresión militar de Rusia en Ucrania.
¿Cuáles son las ventajas comparativas en el ámbito político para los grandes países como México o Brasil? Al parecer la región tiene una posición muy ambivalente en torno al conflicto que resulta, a veces, muy difícil de justificar, si tomamos en cuenta no solo los elementos básicos del Derecho Internacional sino incluso las potenciales ventajas comparativas desde el punto de vista económico. Hasta la fecha, son Nicaragua y Venezuela los más fieles aliados de Rusia en la región, sin mencionar a Cuba con la cual ha existido una alianza estratégica consecuencia del bloqueo comercial norteamericano contra la isla.
En marzo del 2022, la mayor parte de la región votó a favor de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que pedía el cese de las hostilidades y exigía que Rusia «retirara inmediata, completa e incondicionalmente sus fuerzas militares del territorio de Ucrania». En octubre, Nicaragua fue uno de los solo cinco Estados que se opusieron a la resolución ES-11/4, en condena de la anexión rusa de cuatro regiones ucranianas, mientras que se abstuvieron Bolivia, Cuba y Honduras. Como bien se sabe, Venezuela tiene suspendido su derecho a voto desde febrero de 2022. Asimismo, en septiembre, Brasil, como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se abstuvo a la hora de votar una resolución del organismo para definir a la anexión rusa como «una amenaza para la paz y la seguridad internacionales». En octubre, ambos países (Argentina y Brasil) junto con México, Bolivia y Honduras se abstuvieron de firmar un documento en apoyo a Ucrania y en condena a Rusia en el marco de la asamblea anual de la Organización de los Estados Americanos.
Los Líderes de BRICS en la XV Cumbre en Sudafrica, © Flickr on Centre, Joanesburgo – África do Sul.
La invasión militar rusa de Ucrania y su política de anexión de los territorios ocupados son una violación de la Carta de las Naciones Unidas y de los acuerdos de la OSCE validados, en su momento, con la firma de la Federación Rusa. El cuestionamiento del actual Orden Liberal Internacional (LIO) por parte de países como Brasil es parte de la nueva correlación de fuerzas en la economía mundial. Esto explica la participación de dicha potencia emergente en el bloque de los BRICS, en los que dicho sea de paso China tiene una hegemonía más económica que política, si tomamos en cuenta que existe un serio conflicto militar no resuelto con India, la “I” en los BRICS. La exigencia de darle mayor participación a las potencias emergentes en instituciones como el Fondo Monetario Internacional o el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es justa y necesaria. El surgimiento del G-20 como alternativa al G-7 corresponde también a esta nueva correlación de fuerzas
Quizás persista la idea de que con una derrota militar de Rusia en Ucrania los Estados Unidos y la Unión Europea recuperen mucho del poder perdido. Esa, de hecho, es la esencia de la falacia narrativa, sustrato del mencionado discurso de Vladimir Putin. Esta podría ser una especie de coherencia asociativa que de fracasar podría tener consecuencias políticas negativas para la región en el futuro. Todo parece indicar que las nuevas potencias emergentes han llegado para quedarse y que con ello han surgido nuevas opciones, por ejemplo democraia o despotismo. Por ello la consecuencia lógica sería actuar de manera más coherente con el Derecho Internacional, tan importante para los países neutrales y no alineados. Esto es incluso mucho más coherente si se pretende actuar como mediador neutral en el futuro. No condenar a Rusia significa implicitamente condenar a Ucrania, en contra del mandato de la ONU. Eso no tiene nada que ver ni con neutralidad ni con no alineamiento.
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Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND de Bonn, Alemania. especializado en desarrollo y deuda externa, y ha realizado estudios para el EDD en África y América Latina Ver todas las entradas