La debacle del techo de deuda de Estados Unidos no terminó

Por Kenneth Rogoff

CAMBRIDGE – El acuerdo tentativo que se acaba se sellar para aumentar el techo de deuda de Estados Unidos no hará que el problema desaparezca. Los impasses partidarios por el límite de la deuda federal se han vuelto una característica predecible de la vida política norteamericana. Y, si bien algunos culpan a un régimen mal concebido, ese argumento es equivocado.

La causa real del problema es que los políticos hoy tienen pocos incentivos para llegar a un acuerdo. En un contexto de distritos electorales manipulados y medios tradicionales y redes sociales divididos ideológicamente (amplificados por bots, algoritmos e incentivos económicos), la inestabilidad no hará más que empeorar en el futuro previsible. Eso podría implicar cierres gubernamentales más frecuentes o más restricciones a la independencia del banco central. Y ahora que el expresidente norteamericano Donald Trump está mucho más involucrado en el juego de regresar a la Casa Blanca después de la elección de 2024, quién sabe qué más.

La idea de que alcanzar el límite de deuda obligará a Estados Unidos a incumplir de inmediato el pago de sus obligaciones en bonos es ridícula. El gobierno recibe una cantidad más que suficiente de dólares fiscales como para pagar el interés de la deuda, y el techo de deuda no crea ningún obstáculo para refinanciar la deuda a medida que esta vaya venciendo.

Por supuesto, el gobierno tendría restricciones para gastar por encima de sus ingresos, porque no habría manera de hacerlo sin emitir nueva deuda. De modo que el Tesoro se enfrentaría a decisiones difíciles. Como nadie quiere tocar la Seguridad Social o Medicare, se tornaría necesario demorar o reducir los pagos de otras cosas, lo que posiblemente conduciría a un cierre gubernamental parcial (y no sería la primera vez que esto sucediera).

Nada obligaría al Tesoro de Estados Unidos a dejar de pagar la deuda estadounidense existente y sembrar el caos en el sistema financiero global. Esto podría suceder solo si el estancamiento se prolongara durante demasiado tiempo (¿meses?) como para que estallaran las presiones políticas.

Eso es lo que normalmente sucede en los mercados emergentes agobiados por la deuda, donde un incumplimiento de pago absoluto suele producirse mucho antes de que la habilidad de pago se vea limitada. A diferencia de los mercados emergentes, por supuesto, donde las deudas suelen estar denominadas en moneda extranjera y la capacidad del estado de aplicar impuestos está marcadamente circunscripta, Estados Unidos puede emitir más deuda agitando una varita mágica, aunque gastar demasiado con demasiada celeridad alimentaría la inflación.

Algunas de las ideas que se han expresado sobre eludir el techo de deuda son acumulaciones de poder muy riesgosas que se podrían volver en contra. Por ejemplo, existe la posibilidad de que, si se invoca la Decimocuarta Enmienda, la Corte Suprema lo revoque. Y, mucho antes de que eso suceda, los republicanos en el Congreso podrían negarse a sancionar proyectos de ley sobre el gasto básico necesarios para que el gobierno pueda seguir funcionando. Acuñar un billón de dólares y depositarlos en la Reserva Federal para eludir al Congreso pondría al banco central en una posición insostenible.

El debate nunca ha sido sobre la deuda; es sobre el poder. Si los republicanos arrasan en las querrán sancionar un recorte fiscal importante, haciendo subir la trayectoria de la deuda. Si los demócratas recuperan la Cámara, y retienen la presidencia y el Senado, sin duda querrán usar el financiamiento de la deuda para expandir la huella del gobierno.

Los conservadores piensan que los déficits causados por los recortes impositivos no importan porque incentivan el trabajo y el espíritu empresarial, generando así suficiente crecimiento para pagar la deuda más adelante. Los economistas de izquierda sostienen que, aun sin esos efectos de incentivo, es probable que el crecimiento supere los pagos de intereses la mayor parte del tiempo, de manera que la carga de deuda nunca se vuelve algo significativo de lo que haya que preocuparse.

La idea de ambas partes de que la deuda siempre es gratis mientras se la use de la manera “correcta” es extremadamente ingenua. Las tasas de interés reales (ajustadas por inflación) habían caído marcadamente después de la crisis financiera de 2008-09, se mantuvieron bajas en la década siguiente y volvieron a caer marcadamente durante la pandemia. Pero, ahora, las mediciones prospectivas de las tasas de interés reales, como los bonos del gobierno indexados por inflación a diez años, son mucho más altas hoy en todas las economías avanzadas que durante los años de la pandemia. Asimismo, el mundo se ha vuelto más inestable, y es extremadamente probable que muchos países occidentales necesiten aumentar el gasto en defensa, lo que tensaría aún más los presupuestos.

Según los analistas abiertamente demócratas, los republicanos tienen el 100% de culpa por el impasse reciente. Es verdad. También es cierto que el presidente Joe Biden hizo campaña como un centrista, y luego utilizó dos años con mayorías legislativas delgadas para sancionar cambios generacionales de políticas que prometen afectar al país durante años. Los republicanos quieren revisar algunos de estos cambios.

Los demócratas objetan que los republicanos están intentando impedir que el gobierno se endeude para cubrir el gasto que el Congreso ya ha aprobado. Es una tontería; el gobierno siempre puede revisar sus planes de gasto de largo plazo. Pero un gobierno efectivo debería poder encontrar maneras de alcanzar acuerdos de gasto de largo plazo que no sean objeto de una revisión constante.

El reciente acuerdo de último minuto para aumentar el techo de deuda de Estados Unidos no hace eso. Por el contrario, con el país encaminado a una nueva contienda entre Biden y Trump el año próximo -una contienda que Trump podría ganar-, es probable que cualquier tregua tenga vida corta.

Kenneth Rogoff, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional, es profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard.

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